jueves 26 diciembre 2024

Recorrido Histórico por Bucareli: Descubre su Magia en un Paseo Único

En las crónicas iniciales, este sitio se describía como un encantador lugar rodeado de árboles, ofreciendo vistas pintorescas de majestuosas montañas. Descubrir su fascinante historia demanda disposición para dar un recorrido de más de mil pasos, deteniéndose en el camino para desentrañar enigmas del pasado y experimentar de cerca la esencia arquitectónica característica del período del Porfiriato.

Los lagos, canales y acequias en la Ciudad de México y Tenochtitlán

Conoce la historia del pasado lacustre desde la antigua Tenochtitlán hasta la los últimos vestigios de la acequias en la Ciudad de México

Huella de los afrodescendientes en México

El Archivo Histórico de la Ciudad de México resguarda una rica colección de evidencias que ilustran cómo a lo largo de los siglos, las distintas comunidades afrodescendientes que han poblado la capital han conseguido expandir sus esferas sociales y conquistar derechos, a pesar de haber enfrentado marginación en sus inicios.
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Manuel Tolsá el arquitecto del neoclásico que dejó su huella en México

Caballito Carlos IV

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La época neoclásica supuso un renacimiento que trascendió lo meramente estético. Lejos de limitarse a una nueva corriente artística, impregnó un espíritu renovador en la concepción misma de las ciudades. En este contexto, sobresalió Manuel Tolsá la figura de un visionario cuya aportación resultó clave para moldear los espacios urbanos bajo los preceptos de la nueva era. Como arquitecto y escultor, su obra dejó una impronta indeleble en la transformación urbanística que experimentaron las urbes de aquel tiempo.

En el ocaso del siglo XVIII, la capital novohispana vio nacer una institución pionera en la enseñanza formal de las bellas artes: la Academia de Nobles Artes de San Carlos. Fundada en 1781, esta escuela se erigió como la primera en impartir disciplinas como la arquitectura, escultura, grabado y pintura siguiendo los cánones establecidos en las principales ciudades europeas. Aunque contaba con antecedentes como la escuela de grabado de la Real Casa de Moneda, la Academia de San Carlos marcó un hito al dedicarse por completo a la formación artística.

Manuel Tolsá el arquitecto del neoclásico

Bajo la batuta inicial de Gerónimo Antonio Gil, y posterior nombramiento como Real en 1874, esta institución fue clave en el viraje estilístico que experimentó la Ciudad de México. Dejando atrás la herencia barroca que la caracterizaba, se inició un movimiento renovador hacia una arquitectura neoclásica de inspiración grecolatina, más sobria y austera. Este cambio trascendió lo meramente estético, convirtiéndose en una verdadera renovación urbana que sustituyó las pesadas edificaciones coloniales por construcciones modernas y vanguardistas.

Fruto de esta transformación, el Centro Histórico se engalanó con obras emblemáticas como las torres de la Catedral Metropolitana, la Ciudadela (originalmente una fábrica de tabaco), la iglesia de Nuestra Señora de Loreto y la sede del Museo Nacional de San Carlos. En este proceso renovador, destacó la figura del arquitecto y escultor valenciano Manuel Tolsá, quien en 1790 fue nombrado director de escultura de la Academia. Arribando a la Nueva España en 1791, Tolsá se convirtió en un protagonista clave de la modernización urbana capitalina.

Catedral Metropolitana

Aunque su formación inicial fue como escultor de mérito, su destino lo llevó a formar parte del gremio de los arquitectos. En una época donde era poco común que un individuo ostentara más de un título y ejerciera diferentes disciplinas, Manuel Tolsá logró una excepción. Hacia 1792, el maestro valenciano solicitó a la Academia de San Carlos el reconocimiento de su título como arquitecto.

Esta distinción le permitió participar en obras de gran envergadura, como la Catedral de la Ciudad de México, tras el fallecimiento del arquitecto Damián Ortiz de Castro en 1793. Más allá de su talento para diseñar piezas escultóricas monumentales, Tolsá dejó su huella en el recinto religioso más emblemático de la ciudad, otorgándole una identidad única.

«Las misiones de Manuel Tolsá», Jorge Vázquez Ángeles así describe el «toque» del maestro:

Gracias a las balaustradas que corren a todo lo largo del proyecto, Tolsá unificó los diversos estilos y modas que desde 1571 dejaron su huella en el edificio. El frontón en la portada principal y la cúpula con linternilla son grandes aportaciones de Tolsá quien trabajaría en el proyecto hasta su conclusión en 1813 […]. 

Palacio de minería y Caballito

Manuel Tolsá el arquitecto que dejo huella en la Ciudad de México

Manuel Tolsá, el insigne arquitecto y escultor valenciano, dejó una imborrable huella en la Ciudad de México con sus destacadas obras. Si bien su trabajo más emblemático fue la remodelación de la Catedral Metropolitana, también plasmó su talento en otros recintos religiosos como los altares del Templo de La Profesa, la iglesia de Santo Domingo y la remodelación de la iglesia de Nuestra Señora de Loreto, por mencionar algunas.

Su genio no se limitó al ámbito sacro, ya que también enriqueció la arquitectura civil con creaciones como la Casa del Marqués del Apartado, construida entre 1795 y 1805, ubicada a espaldas del Templo Mayor, en la antigua Calle del Reloj, hoy República de Argentina.

No obstante, dos de sus obras más emblemáticas y reconocidas por los capitalinos son la estatua ecuestre de Carlos IV, comúnmente llamada «El Caballito», y el majestuoso Palacio de Minería. La primera, inicialmente concebida para la Plaza Mayor y posteriormente reubicada en distintos puntos como la Universidad, la glorieta de Bucareli y el Paseo de la Reforma, encontró su hogar definitivo el 27 de mayo de 1978 en la plaza que lleva el nombre del maestro valenciano, en la calle de Tacuba.

En cuanto al Palacio de Minería, uno de los primeros encargos recibidos por Tolsá en 1792, se erige como una joya neoclásica y un verdadero ícono de la capital. Concebido originalmente como sede del Real Seminario de Minería, fundado en 1773 para la enseñanza de la ingeniería y las técnicas metalúrgicas, el edificio comenzó su construcción en 1797 y a partir de 1813 se convirtió en el hogar de dicha institución educativa. A pesar de algunas interrupciones, como su uso como cuartel militar durante la Revolución, el Palacio de Minería ha mantenido su vocación educativa y, desde 1980, alberga la prestigiosa Feria Internacional del Libro, tras un proceso de restauración que lo preserva como un tesoro del patrimonio cultural.

Ciudad de México la antigua ciudad del agua 

Fuente salto del agua

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En la antigua región del Valle de Anáhuac, la vida fluía en armonía con los numerosos lagos, las ingeniosas chinampas, los acueductos y las acequias que surcaban el paisaje. Sin embargo, con la llegada de la época virreinal, la ciudad experimentó profundas y continuas transformaciones ambientales que moldearon su devenir histórico y le confirieron muchos de los rasgos distintivos que podemos apreciar en la actualidad.

El entorno lacustre y los sistemas hidráulicos prehispánicos fueron gradualmente reemplazados por una infraestructura urbana adaptada a las nuevas necesidades y visiones de la sociedad novohispana. Estos cambios trascendentales, aunque drásticos, sentaron las bases para el desarrollo de la metrópoli moderna, dejando una huella indeleble en su fisonomía y carácter.

Las ciudades y su entorno ambiental

Las urbes no surgen ni se desarrollan en un vacío, sino que están intrínsecamente ligadas al medio natural que las rodea. El entorno geográfico y medioambiental moldea todos los aspectos de la vida citadina, desde los modos de subsistencia hasta las expresiones culturales, pasando por la economía, la política y la cosmovisión de sus habitantes.

La Ciudad de México es un claro ejemplo de esta interacción entre lo urbano y lo natural. Los sismos, fenómeno recurrente en esta región sísmica, han dejado una profunda huella en su devenir histórico. Algunos movimientos telúricos han dañado edificios emblemáticos, obligando a reconstruirlos o adaptarlos, como ocurrió con la cúpula del templo de Santa Teresa en 1845 o la escultura del Ángel de la Independencia en 1957.

En otras ocasiones, los terremotos han adquirido un significado simbólico, como el del 7 de junio de 1911, visto como un presagio de los cambios políticos que se avecinaban con la llegada triunfal de Francisco I. Madero a la capital. «El día que Madero llegó, hasta la tierra tembló», se decía entonces, evidenciando cómo los fenómenos naturales se entretejen con las narrativas sociales.

Pero sin duda, el sismo más devastador fue el del 19 de septiembre de 1985, que causó enormes daños materiales y pérdidas humanas en la capital. Aunque trágico, este episodio sentó las bases para una nueva cultura de prevención civil, mejores normas de construcción y la realización periódica de simulacros.

La historia lacustre de la Ciudad de México también refleja esta estrecha vinculación con su entorno natural. Los antiguos mexicas supieron aprovechar los recursos de la cuenca y adaptarse a un medio lagunar en constante transformación.

Mapa te Tenochtitlan lacustre

La Ciudad Acuática: Un Prodigio en las Aguas

Al arribar a las inmediaciones de la antigua Tenochtitlan en noviembre de 1519, los ojos de Hernán Cortés y sus hombres se llenaron de asombro. Ante ellos se erigía una maravilla arquitectónica sin igual: una vasta ciudad construida sobre las aguas de dos grandes lagos.

Los españoles quedaron boquiabiertos al contemplar las dimensiones colosales del Huey altépetl. Según el historiador Serge Gruzinski, en 1520, con sus trescientos mil habitantes, la ciudad mexica era probablemente la más populosa del mundo, superando incluso a Constantinopla y París.

Pero lo que más cautivó a los recién llegados fue la condición lacustre de la ciudad. En su Segunda Carta de relación, el propio Cortés describió con admiración las dos lagunas que abarcaban casi todo el territorio, una de agua dulce y la otra, más grande, de agua salada.

Un soldado anónimo que acompañó a Cortés plasmó en su crónica la impresión arrolladora que causó la ciudad sobre el agua: «Tan maravillosos fueron los edificios que había en ella, y tan admirables a la vista de sus calles, plazas y calzadas, tanto por la buena orden y modo con que estaba edificada, como por estar fundada sobre agua».

Tenochtitlan, la joya lacustre de los mexicas, dejó una huella indeleble en los corazones y mentes de los conquistadores, quienes presenciaron una urbe sin igual, desafiando las leyes de la naturaleza y erigiendo su grandeza sobre las aguas, uno de los soldados que acompañó a Hernán Cortés comentó.

Esta gran ciudad de Temistitan Messico está edificada dentro de esta parte del lago que tiene el agua salada, no en el medio, sino a la orilla del agua […]. [Dos de sus calzadas] atraviesan el lago, entran por en medio de la ciudad y allí viene a reunirse, de modo que podría decirse que son una sola. La otra calzada viene de la tierra firme a la ciudad como de un cuarto de legua; [por esta] viene un caño o arroyo de agua, de la tierra firme a la ciudad, y es dulce y muy buena; es más grueso que el cuerpo de un hombre y llega hasta el centro de la población; de ella beben todos los vecinos, y nace al pie de una roca, en una colina, donde se hace una fuente grande […].

Este fragmento ofrece una visión general de los elementos naturales que definían el entorno de estas comunidades isleñas. Por un lado, se destaca la presencia de masas de agua circundantes, lo que sugiere un paisaje marítimo o lacustre. Por otro lado, se indica que el suministro de agua potable provenía de una zona situada al oeste, lo que implica que los asentamientos dependían de fuentes externas para obtener este recurso vital.

La gran ciudad Temistitan Messico tenía y tiene muchas y hermosas calles y anchas, ahora que, fuera de dos o tres principales, todas las demás eran la mitad de tierra, como enladrillado, y la otra mitad de agua, y salen por la parte de tierra y por la otra parte de agua en sus barquillas y canoas, que son de un madero cóncavo […]; hay muchas otras calles principales, que todas son de agua, que no sirven más que para transitar en sus barcas y canoas […]. Y de esa manera son todos los demás 12 pueblos que hemos dicho, que están en este lago en la parte de agua dulce.  

Aparte de los relatos escritos, existe un testimonio visual que pone de manifiesto el carácter esencialmente lacustre de la antigua Tenochtitlan. Se trata del llamado mapa de Núremberg, un grabado en madera publicado por primera vez en 1524 en la ciudad alemana que le da nombre, para acompañar la narración escrita por Cortés. Es la primera representación cartográfica de la ciudad y, como bien señala Fabiola Ferman Cruz, este documento «refleja acertadamente la visión que tenía la población indígena de su ciudad, pero plasmada bajo la tradición artística europea». En él se aprecia el centro de Tenochtitlan, así como otras poblaciones ribereñas ubicadas en los lagos, las cuales determinaban el modo de vida de sus habitantes.

Tlacopan y Texcoco

Abasto de agua potable e inundaciones 

Los habitantes de la antigua Tenochtitlan enfrentaban dos desafíos fundamentales relacionados con el entorno acuático que rodeaba la ciudad. Por un lado, la amenaza constante de inundaciones debido a su ubicación en medio del lago. Por otro lado, la necesidad apremiante de obtener agua dulce apta para el consumo humano, ya que gran parte del lago contenía agua salada cercana a Texcoco, o bien agua dulce contaminada con vegetación densa cerca de Chalco y Xochimilco, convirtiéndola en no potable.

Para resolver el problema del suministro de agua, los mexicas construyeron acueductos en diferentes etapas. Una de estas iniciativas fue emprendida por el tlatoani Chimalpopoca, quien ordenó la construcción de un acueducto para transportar agua dulce desde Chapultepec. La primera obra fue realizada con barro y madera. Posteriormente, se construyó otra estructura de piedra, aprovechando el trazado de la calzada de Tlacopan (actual calle de Tacuba), que iniciaba en el Palacio de Axayácatl, donde hoy se encuentra el edificio del Monte de Piedad, al poniente de la Catedral. Según Ángeles González Gamio, el cambio de ubicación se debió a que el terreno en esta calzada era mucho más firme que en el camino a Chapultepec.

Estas obras hidráulicas fueron soluciones ingenieriles para los desafíos que planteaba el entorno lacustre de Tenochtitlan, permitiendo a sus habitantes mitigar el riesgo de inundaciones y garantizar el acceso a agua potable.

Acerca del acueducto de Chapultepec, el cronista Cer vantes de Salazar dice lo siguiente:

 …dos caños de tierra muy pisada, tan fuerte como la piedra, desta manera que el agua nunca venía sino por uno de los caños, porque cuando el uno estaba sucio e lagañoso, echaban el agua por el otro, y así corría el agua más clara que el cristal. 

 Desta fuente […] se proveían todos los principales; y de ciertos caños de madera por donde corría sobre las acequias, muchos indios recogían el agua en canoas, que vendían a otros, y este era su trato, por el cual pagaban ciertos derechos al gran señor Moctezuma.

En los tiempos del Virreinato, y hasta el año 1896, durante la etapa porfirista, se retomó la construcción del acueducto, extendiéndose hacia la zona de Arcos de Belén. Aquel antiguo acueducto culminaba con una fuente escultural diseñada por Guillermo Ruiz, la cual actualmente se encuentra en Tepoztlán. (La fuente que hoy se aprecia en Salto del Agua es una réplica).

Además de la obra hidráulica de Chapultepec, durante el gobierno de Ahuízotl, el octavo soberano mexica, se erigió un segundo acueducto denominado Acuecuéxcatl, alimentado por los manantiales de Coyoacán.

Fray Diego Durán habla así de este segundo acueducto:

…hicieron a estas fuentes una presa fortísima de argamasa, que violentando el agua le hicieron subir con mucha fuerza, porque mandaron venir los mejores maestros que en todas las provincias se hallaron, y así acudieron […] grandes maestros y buzos que bajaban a los manantiales de agua para limpiarlos y alegrarlos y a cerrar todos los desaguaderos y venas por donde desaguaban.

El ambicioso proyecto de Ahuízotl para transportar agua a Tenochtitlán desafió las advertencias de Tzuzuma, el señor de Coyoacán. A pesar de las preocupaciones por el caudal desmesurado y el riesgo de tragedia, el tlatoani procedió con su plan. Lamentablemente, el presagio se cumplió en 1499 cuando una inundación cobró indirectamente su vida.

Las inundaciones eran un problema recurrente y severo, lo que llevó a la construcción de albarradones para regular los niveles del lago. Tras una inundación en 1450, Moctezuma I tomó la decisión de erigir un albarradón monumental que se extendía desde Iztapalapa hasta Atzacualco. En esta colosal obra, contó con la ayuda de Nezahualcóyotl, el gobernante y poeta de Texcoco, motivo por el cual la imponente estructura de doce kilómetros de longitud y cerca de veinte metros de ancho llevó su nombre.

 

Marca de agua, inundación de 1629
Marca de agua, inundación de 1629

De la antigua ciudad de agua al desecamiento lacustre 

En la época virreinal, la Ciudad de México sufrió numerosas inundaciones que dejaron una profunda huella. Si bien hubo anegamientos en los años iniciales de la Nueva España como 1555 y 1580, los episodios se intensificaron en el siglo XVII, con inundaciones registradas en 1604, 1607, 1615 y 1623, entre otras fechas. Esta situación continuó durante los siglos XVIII y XIX.

No obstante, el acontecimiento más devastador fue la inundación de 1629, conocida como el «diluvio de san Mateo». La noche del 21 de septiembre de aquel año, una intensa lluvia azotó la capital novohispana durante aproximadamente 36 horas ininterrumpidas. Según relatos de la época, la ciudad quedó prácticamente sumergida, con un nivel de agua que alcanzó los dos metros de altura en algunos puntos, como lo atestigua una figura tallada en piedra con forma de rostro felino en la esquina de las actuales calles Madero y Motolinía.

Las consecuencias fueron desastrosas. Conventos, edificios civiles y las construcciones de adobe de los barrios indígenas sufrieron graves daños. Los desplazamientos solo eran posibles en pequeñas canoas, y las reservas de granos y cereales se vieron afectadas, provocando escasez de maíz y especulación por parte de algunos comerciantes españoles. Se improvisaron terraplenes, puentes de madera y pasarelas para facilitar el tránsito peatonal, mientras que las misas se celebraban en las azoteas.

En un intento por consolar a la población, el 24 de septiembre se organizó una procesión acuática en canoas y trajineras, llevando la imagen de la Virgen de Guadalupe desde el Tepeyac hasta la Catedral Metropolitana, acompañada por unas doscientas embarcaciones pequeñas. La virgen permaneció en la catedral hasta que cinco años después, el arzobispo Francisco Manzo ordenó su regreso.

Mientras tanto, el agua fue disminuyendo gradualmente hasta que llegó una sequía en 1634, aunque no sin dejar un saldo trágico de aproximadamente treinta mil víctimas. Además, la situación propició brotes epidémicos, como ya había ocurrido en inundaciones previas con casos de diarrea, sarampión, fiebre amarilla y vómito negro, según registros históricos.

El cosmógrafo Henrico Martínez, que había llegado a la Nueva España junto con el virrey Luis de Velasco, fue testigo de los hechos:

 Mientras las lluvias arreciaban el 21 de septiembre, día de San Mateo, cayó un aguacero tan espantoso que duró treinta y seis horas seguidas. La ciudad se inundó completamente. Solo una parte del Pala cio, las casas arzobispales, la calle de Santa Teresa y un pedazo de la Plaza Mayor se libraron de la furiosa acometida de las aguas […] los conventos fueron abandonados, las iglesias se cerraron, el comercio se paralizó […]. De veinte mil familias de españoles, no quedaban más que cuatroscientas en la ciudad inundada. Las demás habían huido hacia otras ciudades y villas a salvo de la catástro fe, como a Puebla, Coyoacán, San Agustín de las Cuevas, Tacuba, Mexicaltzingo, Texcoco.   

A pesar de su reconocida labor, Henrico Martínez también tuvo su cuota de responsabilidad en la tragedia de las inundaciones que asolaron la Ciudad de México. Tras los eventos de 1604 y 1607, las autoridades virreinales retomaron la antigua idea de desecar el lago de Texcoco y desviar el curso de ríos caudalosos como el de Cuautitlán, con el fin de mitigar los riesgos. Fue el propio Martínez quien concibió la solución de excavar un canal abierto para conducir las aguas de Zumpango hacia Huehuetoca, en dirección a las aguas de Tula, dando así paso a los proyectos de desagüe de la capital.

Sin embargo, el camino estuvo plagado de obstáculos. En 1627, el dique del río Cuautitlán se rompió, provocando el desbordamiento de los lagos de la región e inundaciones. Martínez recibió numerosas críticas y, poco después, Adrian Boot planteó una alternativa para «evitar que las aguas dañaran la ciudad», con la intención de restaurar los lagos de la época prehispánica. No obstante, Boot, siendo calvinista, fue acusado de herejía y tuvo problemas con la Santa Inquisición, lo que impidió que su propuesta fuera considerada, imponiéndose así el plan de Martínez.

Los años siguientes, el avance de las obras fue intermitente, detenido en ocasiones por diversas circunstancias. Una de las más apremiantes se dio en 1623, cuando el virrey marqués de Gálvez, llegó a la Nueva España y, en un exceso de celo por el cuidado de la hacienda real, dio la orden de suspender los trabajos de desagüe.

Así lo narra el barón de Humboldt:

Un nuevo virrey, el marqués de Gelves, apenas llega do a México y sin haber presenciado por consiguiente las inundaciones causadas por la salida de madre del rio Cuautitlan, tuvo la temeridad de mandar al inge niero Martínez que tapase el túnel e hiciese entrar las 

aguas de Zumpango y de San Cristóbal en el Lago de Texcoco, para ver si efectivamente era el peligro tan grande como se le había pintado. 

La plaza del volador

Los esfuerzos por drenar el lago de la Ciudad de México enfrentaron numerosos desafíos y contratiempos. Las obras se reanudaron en 1628, pero el diluvio del año siguiente agravó aún más la situación. Henrico Martínez, en un intento por proteger el túnel en construcción, ordenó el cierre del canal de Zumpango, decisión que resultó perjudicial para la ciudad y lo llevó a la cárcel al ser señalado como responsable, según relata la historiadora Elisa Martínez Vega.

Tras estos acontecimientos, se puso en marcha el plan de crear un drenaje artificial para ir ganando terreno al lago gradualmente, dando inicio al largo proceso de desecación. Fue una transformación paulatina, pues si bien el lago se iba drenando, la ciudad aún conservó por mucho tiempo sus numerosos canales, como el Real, que corría junto al sur del palacio por donde hoy pasa la calle Corregidora, o el de San Francisco, en la actual Madero. Sin embargo, estos proyectos marcaron un punto de no retorno, provocando el cambio medioambiental más significativo desde la fundación de Tenochtitlan. Una transformación que no solo nos define históricamente, sino que ha determinado hasta nuestros días la forma en que nuestra ciudad se ha ido adaptando.

Huellas francesas en la Ciudad de México

Vitral del gran hotel de la Ciudad de México

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En México durante el siglo XIX, las influencias francesas se hicieron patentes en la capital del país. Este artículo examina cómo la aculturación francesa marcó un hito histórico trascendental para la Ciudad de México.

El siglo XIX mexicano estuvo plagado de disensiones políticas y confrontaciones bélicas, tanto internas como externas. Sin embargo, también es cierto que después de la emancipación del yugo español en 1821, se abrieron las puertas al comercio foráneo y la inmigración, factores que contribuyeron a transformar aquella sociedad naciente. Ya hacia finales del siglo, Porfirio Díaz tomó como modelo la cultura y las costumbres francesas, que en aquel entonces eran el epítome de la modernidad, para cimentar su gobierno de «orden y progreso». En la capital, este proceso dejó su impronta en ámbitos como la arquitectura y, en general, en el estilo de vida de cierta élite que frecuentaba las novísimas grandes tiendas y empleaba expresiones como grand magasin y bon vivant.

Palacio de Hierro

Respecto a estos establecimientos comerciales, Bertha Patricia Martínez Gutiérrez, en su obra «El Palacio de Hierro, arranque de la modernidad arquitectónica en la Ciudad de México», apunta:

«La idea de este prototipo comercial se asoció con la modernidad en el aspecto urbano y arquitectónico, por la vanguardia de sus edificios; en lo social, porque por primera vez la mujer salía sola a la calle para una actividad no religiosa; y en lo comercial, por la diversidad de artículos y novedades que ahí se ofrecían (desde armónicas hasta herramientas, pasando por telas, vestidos, muebles y cristalería).»

Estos comercios recurrieron a la publicidad para fomentar «la necesidad de consumir mercancías no prioritarias para la subsistencia, sino más bien productos que aludían al lujo, la distinción y la diferenciación social», según Cristina Sánchez Parra en «La publicidad de las tiendas por departamentos de la Ciudad de México en los albores del siglo xx». De ahí que, al revisar periódicos decimonónicos en la Hemeroteca Nacional Digital de México, uno aprecie la cotidianidad con la que se empleaban ciertos vocablos franceses, quizás del mismo modo que hoy usamos el inglés: parfumerie, eau de quinine, elixir dentifrice, parfum, bouquet, jaquettes, bonbons, vins et liqueurs. Términos que denotaban artículos no indispensables. Asimismo, además de los grands magasins, en la capital se establecieron otros giros que influyeron en la historia patria, como algunas pastelerías.

La guerra de los pasteles en México

La Guerra de los pasteles

En el ocaso del siglo XIX, un incidente aparentemente trivial desencadenó un conflicto de proporciones insospechadas entre México y Francia. La chispa que encendió la hoguera fue un altercado en la pastelería de monsieur Remontel, ubicada en Tacubaya, hacia finales de la década de 1830.

Según relata Rafael F. Muñoz en 1899, aquella noche, un grupo de oficiales, embriagados por la juerga, irrumpieron en el establecimiento y, haciendo caso omiso de las protestas del propietario, a quien encerraron en su propia habitación, procedieron a devorar cuanto postre y bocadillo endulzado encontraron a su paso, sin importar las capas de crema y mermelada que los recubrían.

Si bien este episodio de glotonería desenfrenada podría parecer anecdótico, lo cierto es que desencadenó una cadena de acontecimientos que llevaron a la primera intervención francesa en territorio mexicano, conocida como la Guerra de los Pasteles.

Aunque los detalles de este conflicto escapan al propósito de este relato, cabe destacar que en aquella época, el Centro Histórico de la Ciudad de México albergaba otras pastelerías de renombre, cuyos dueños también eran franceses, como la viuda de Genin, establecimientos que jugaron un papel igualmente relevante en la historia del país.

Pastelería de la viuda de Genin

La ciudad capital carecía de un espacio formal para las transacciones financieras hacia finales del siglo XIX. En aquella época, los negocios relacionados con contratos, inversiones, bienes raíces, venta de seguros, cambio de moneda e importaciones se llevaban a cabo de manera informal en diversos lugares, incluso en las calles. Sin embargo, fue en una pastelería donde esta actividad se formalizó.

Esta historia se encuentra documentada en el Museo de la Bolsa (MUBO, ubicado en Paseo de la Reforma 255) y en el libro «Cien años de la Bolsa de Valores en México: 1894-1994». Según este último, alrededor de 1880, el auge del mercado accionario cobró impulso debido al aumento en la inversión extranjera y al surgimiento de empresas mineras e industriales dotadas con los avances técnicos de la época.

En ese entonces, la calle Plateros (hoy Madero) era un lugar común para realizar actividades financieras. Allí, por iniciativa del secretario de la Compañía de Gas, un grupo de personas se reunía en una oficina para negociar acciones. No obstante, fue otro lugar el que destacó: la Dulcería y pastelería de la viuda de Genin, propiedad de Filomena Mayeu (originaria de Bélgica), ubicada en Plateros 8 esquina con Espíritu Santo (actualmente Madero e Isabel la Católica). Este establecimiento se convirtió en punto de encuentro para literatos, políticos y hombres de negocios, principalmente franceses y catalanes, quienes también cotizaban diversas acciones.

Aunque el uso de la pastelería como centro bursátil evidenció la necesidad de un local estable para tal actividad, no fue sino hasta 1894 que se creó la Bolsa Nacional como un centro organizado y regulado de operaciones, establecido en Plateros número 9, con el fin de generar confianza entre los inversionistas. Posteriormente, se fusionó con otro grupo y en 1895 surgió la Bolsa de México en la misma sede. Finalmente, en 1908, se inauguró la Bolsa de Valores de México en la calle 5 de Mayo.

Huellas francesas en la Ciudad de México

La Alianza francesa

Permítanme compartir algunos detalles fascinantes sobre la Alianza Francesa y su presencia en México. En 1883, figuras ilustres como el visionario Julio Verne y el pionero Louis Pasteur fundaron esta organización en París con el objetivo de difundir la lengua y la cultura francesas. En un lapso breve, entre 1883 y 1886, la Alianza Francesa extendió su alcance, estableciendo sedes en ciudades cosmopolitas como Alejandría, Constantinopla, Londres, Praga, Río de Janeiro y Shanghái. México no fue la excepción, y en 1884, apenas un año después de su nacimiento, la Alianza Francesa echó raíces en la Ciudad de México, convirtiéndose en una de las primeras sedes fuera de Francia.

A medida que avanzaba el siglo XX, la Alianza Francesa en la capital mexicana prosperaba. En sus inicios, su hogar se encontraba en la calle Palma, donde permaneció hasta principios de la década de 1960. Los registros del Archivo Histórico de la Ciudad de México revelan que, en aquel entonces, la Alianza Francesa residía en el número 44 de la cuarta calle de Palma. En 1918, Xavier Roustand y Bernard Vincent ocupaban los cargos de presidente y secretario, respectivamente, y sus firmas se encuentran plasmadas en un documento que solicitaba permiso para realizar una exposición fotográfica en el emblemático almacén El zafiro, ubicado en la esquina de las calles Madero y Palma.

Esta exposición tenía un propósito conmovedor: mostrar «vistas fotográficas enviadas por la sección fotográfica del ejército francés» y organizar una rifa benéfica con las mismas, cuyos fondos se destinarán a apoyar a la Alianza Francesa y a las víctimas de la guerra. Un gesto que reflejaba el espíritu solidario y el compromiso de esta institución con su patria y la comunidad local.

Fachada frontal gran hotel de la Ciudad de México

Aunque aún hay más historias por contar sobre la huella francesa en la Ciudad de México, por ahora me despido invitándolos a recorrer las calles del Centro Histórico con una mirada curiosa hacia arriba. Descubrirán joyas arquitectónicas con un toque galo, como el emblemático Gran Hotel de México.

Acequias, canales y acueductos de la Ciudad de México

Canales de la Ciudad de México

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En esta ocasión vamos a ver la descripción de las acequias canales y acueductos de la ciudad de México un poco más a detalles y una por una, para entender más como funcionaban y cuál era su ruta.

Estas son las acequias más importantes que formaban parte de la Ciudad de México

Acequia de Santa Ana-Santa Isabel

El nombre de esta distinguida acequia no se originó, como a menudo se presume, en homenaje a una Alteza Serenísima, sino en virtud de uno de sus brazos que fluía al norte del venerable templo de Santa Ana Atenantitech. Desde la encrucijada de Flores Magón, esta corriente acuática se deslizaba hacia el sur, atravesando la zona de Eje Central, donde se erigían varios puentes notables.

Entre ellos, se destacaban el Puente de las Guerras (donde se ramificaba en dos brazos), el Puente de los Ángeles, el Puente de Santa María, el Puente del Zacate (también conocido como Perú), el Puente de Villamil, el Puente Juan Carbonero y el célebre Puente de la Mariscala, ubicado en la avenida Hidalgo, justo en frente del Convento de Santa Isabel, hoy conocido como el majestuoso Palacio de Bellas Artes.

Siguiendo su curso, esta acequia atravesaba el Puente de San Francisco (situado en la intersección de Juárez y Madero) y culminaba en el Puente del Hospital Real, localizado en la intersección de Venustiano Carranza y Artículo 123, donde se encontraba su desenlace, uniendo su flujo con la Acequia Real. Además, marcaba los límites septentrionales que dividían la ciudad de Santiago Tlatelolco, a través de un ramal que se adentraba al oriente, serpenteando por los barrios de Peralvillo y Tepito a lo largo de la calle Matamoros.

Entre los puentes que cruzaban esta acequia se incluyen el Puente de Santiago (anteriormente denominado Allende), el Puente Tecolotes (conocido como Comonfort), el Puente de Santa Ana (ubicado en Peralvillo) y el Puente de Chirivitos (situado en Jesús Carranza).

Posteriormente, se fusionaba con la Acequia de Zorrilla antes de llegar a su destino final en la Compuerta de Tepito. Sin embargo, lamentablemente, en el año 1882, esta venerable acequia fue sellada, marcando así el final de su legado histórico en la ciudad.

Acequias, canales y acueductos de la Ciudad de México

Acequia de San Pedro y San Pablo

Un antiguo cauce que fluía desde Tezontlale y conectaba con la Acequia del Carmen despierta nuestra curiosidad histórica. Esta corriente de agua, después de atravesar el convento en una dirección hacia el sur, serpenteaba con gracia entre los edificios hasta llegar a Girón, donde cruzaba sobre los icónicos puentes de San Sebastián (anteriormente conocido como Bolivia) y del Cuervo (renombrado como Colombia). En su travesía final, tomaba un giro hacia el poniente y desembocaba en el Puente de San Pedro y San Pablo, marcando así los límites del Colegio Máximo en aquel entonces.

Esta narrativa nos transporta a un tiempo pasado, revelando la intrincada red de acequias que una vez irrigó la ciudad, y cómo estas vías de agua históricas moldearon su paisaje urbano.

Acequia del Carmen

Al sur de Tezontlale, descubrimos la fascinante Acequia del Carmen, que recibió su nombre en honor a su proximidad a la plaza del Convento de los Carmelitas Descalzos. Este cauce fluvial emergía desde el oeste, a lo largo de la calle Violeta, y posteriormente, después de atravesar Santa María en el punto donde se erige el Puente del Zacate, continuaba su camino por la República de Perú, justo en frente de la Plaza de Montero, a escasa distancia de la Plaza del Jardín (más tarde conocida como Garibaldi) y del vibrante barrio de La Lagunilla.

Siguiendo la dirección de poniente a oriente, la actual República de Perú estaba compuesta por distintos segmentos como Cerca de San Lorenzo, Espalda de la Misericordia, Puerta Falsa de Santo Domingo, Pulquería de Celaya y Apartado. A lo largo de su recorrido, cruzaba bajo varios puentes notables como el Puente de la Misericordia (también conocido como Allende), el Puente Santo Domingo (identificado como Brasil), el Puente Leguísamo (llamado Argentina) y el Puente del Carmen (conocido como Carmen-Aztecas).

Más adelante, tras pasar por el antiguo edificio del Apartado, que hoy en día alberga el Museo Numismático Nacional, llegaba frente a la plaza del Convento del Carmen, que fue famosa por su fuente y la estatua en honor a Miguel Hidalgo, aunque en la actualidad ocupa este espacio la Escuela Primaria Abraham Castellanos, junto a otra amplia plaza denominada La Concordia. Continuando hacia el oriente, atravesaba el Puente de Cantaritos (rebautizado como Torres Quintero-Florida), ubicado en la moderna Manuel de la Peña y Peña, y unos pocos cientos de metros más adelante llegaba a la Compuerta de San Sebastián.

Es importante destacar que el tramo que se extendía desde Santa María hasta el convento carmelita fue sellado en el año 1794, y noventa y dos años después, el segmento oriental de la acequia también sufrió el mismo destino. Este relato nos permite apreciar la rica historia que se encuentra en las entrañas de la ciudad.

La plaza del volador

Acequia de Tezontlale (Tezontle, Tezontlali)

La histórica Acequia de Tezontlale (conocida también como Tezontle o Tezontlali) fluía majestuosamente desde el oeste hacia el este, serpenteando a través de la ciudad de antaño. Su curso la llevaba entre dos cementerios ya desaparecidos, Santa Paula al sur y San Andrés al norte, en el pintoresco barrio de Santa María la Redonda-Cuepopan. Esta serpentina de agua atravesaba la renombrada Calzada de Santa María (conocida como Eje Central en la actualidad), cambiando su denominación a Puente de las Guerras a la altura del cruce con la acequia, en conmemoración al puente que se erigía sobre ella. Más adelante, la acequia adentraba en la urbe a través de la Calle de Órgano, pasando por debajo de los icónicos puentes: el Puente del Clérigo (también conocido como Allende) y el Puente de los Esquiveles (llamado Carrizo-Comonfort), para luego incorporarse al Eje 1 Norte en las proximidades del Puente de Tezontlale (hoy en día conocido como República de Brasil). En su trayecto, transitaba por el Callejón de los Puentecitos (actualmente denominado Callejón Ecuador) y cruzaba el Puente Blanco ubicado en la calle del Relox (hoy Argentina), justo en la ubicación actual de la Librería Porrúa, en las cercanías del majestuoso Templo Mayor.

Al llegar al punto donde la calle Ecuador se transformaba en Costa Rica, justo en frente del actual Mercado de Granaditas, la acequia se adentraba en una zona escasamente urbanizada, al menos hasta mediados del siglo pasado. En la esquina de la calle Florida, se fusionaba con la Acequia de Zorrilla. Sin embargo, lamentablemente, en 1882, el flujo de Tezontlale fue interrumpido, marcando el fin de una parte importante de la historia de la ciudad.

Antigua Acequia Real

Acequia de Monserrat (Monserrate, Montserrat)

Emergiendo a pocos metros de la esquina de Toribio-Cruz Verde (conocida como Izazaga) y Monserrate (en Isabel la Católica), se encontraba la enigmática Acequia de la que queremos hablar. Esta antiquísima vía de agua se adentraba en la periferia indígena del sur a través de un callejón que lamentablemente ha desaparecido con el tiempo.

Su recorrido la llevaba a cruzar la calle Nezahualcóyotl, integrándose a la vía Isabel la Católica, en medio de los asentamientos de San Salvador el Seco al oeste y San Salvador el Verde al este. Tras atravesar el Puente de Carretones, la acequia tomaba un giro hacia el sureste y se adentraba en la Rinconada de la Chinampa (una calle que ha quedado en el olvido con la creación de Fray Servando), ubicada dentro del barrio de El Verde.

Su travesía continuaba hasta llegar a Necatitlan (en la actual 5 de Febrero), cerca de Tlaxcoaque, donde se unía con la Acequia de Xoloc-Chimalpopoca-San Antonio Abad, que a su vez conectaba con la Acequia de Roldán hacia el este. En épocas de lluvias, esta zona se transformaba en una vasta ciénega chinampera, recordándonos la importancia del manejo del agua en la historia de la ciudad.

Además de la Acequia de la Merced-Regina, otras acequias desempeñaron roles fundamentales en el tejido urbano. Las Acequias no navegables formaban parte del colosal proyecto conocido como la Zanja Cuadrada, una construcción novohispana tardía diseñada en parte con fines fiscales y defensivos.

Estas acequias incluían la de San Diego, que alternaba entre canal y ciénega, y era notoria por ser el lugar donde arrojaban las cenizas de los ejecutados por la Inquisición. También se contaban las de los barrios de Niño Perdido y Candelaria de los Patos, que albergaban a estas aves migratorias, así como la Acequia de Santa Veracruz y las acequias laterales que delimitaban el Paseo de Bucareli.

Las acequias fueron testigos tardíos de los antiguos rasgos lacustres de esta metrópoli, cuya comprensión no puede obviar su profunda relación con el agua. Su desaparición no solo supuso la pérdida de elementos comerciales, urbanísticos y viales, sino también la desaparición de rasgos identitarios de los barrios y sus habitantes, cuyos orígenes se remontan al siglo XIV. Sin embargo, en ocasiones, durante épocas de lluvias, el agua regresa para inundar las aceras y calles, recordándonos que la ciudad aún guarda en su corazón una nostalgia o temor por su pasado acuático.

El Paseo de la Viga

Acequia de la Merced-Regina

Una de las históricas acequias «interiores» que recorrieron la Ciudad de México fue la de la Merced-Regina, cuyo origen se encontraba en el extremo sur de la Acequia de Santa Isabel. Esta canalización de agua trazaba un recorrido serpenteante a través de las calles y vecindarios de la ciudad, dejando su huella en el tejido urbano.

Comenzando en la calle de Zuleta, la acequia tomaba un giro hacia el sureste, atravesando manzanas y emergiendo en la calle de Ortega (hoy conocida como Uruguay). Luego, pasaba por la esquina donde se alzaba el Puente Quebrado (Salvador), conectando con la calle de las Ratas (Aldaco) y continuando hacia la esquina de Mesones y Bolívar. Llegaba a Regina, cerca del Convento de Regina Coeli, y avanzaba casi hasta la esquina de Tornito de Regina-San Jerónimo, finalizando su trayecto en el Puente del Monzón (Isabel la Católica), donde en la actualidad se encuentra la Casa de la Acequia.

En este punto crucial se entrelazaban tres acequias: la Merced, la Chapitel (dirigida hacia el poniente) y la Monserrat (que se dirigía hacia el sureste). La acequia de la Merced seguía su curso al noreste en dirección al barrio de la Merced, atravesando la calle Isabel la Católica y adentrándose en los puentes de Aduana Vieja (5 de Febrero y Regina), de Jesús (ubicado en Mesones, casi en la esquina con Pino Suárez, frente al hospital homónimo), Balvanera (en Correo Mayor, en la esquina con Salvador) y luego adentrándose en las propiedades entre la manzana de Correo Mayor-Las Cruces. Finalmente, llegaba a la esquina de Puerta Falsa de la Merced (Uruguay) con la calle de Fierro (Jesús María, a pocos metros del Convento de la Merced y del templo de San Pablo).

La acequia continuaba su curso hacia el oriente en línea recta sobre la calle Uruguay hasta llegar al Puente de Santiaguito, donde se encontraba con la Acequia de Roldán. A unas cuadras de distancia, entre Uruguay y Manzanares, el canal se introducía nuevamente entre las viviendas, atravesando la callejuela de Santo Tomás para reaparecer en Manzanares, frente al templo del Señor de la Humildad. Su recorrido seguía al noreste, serpenteando entre las casas y cruzando el puente del Rosario (en la esquina de Corregidora con Rosario) hasta llegar a su destino final en la Zanja Cuadrada (en Congreso de la Unión), al sur de la Garita y la Compuerta de San Lázaro.

Este relato nos permite apreciar la compleja red de acequias que una vez cruzaron la ciudad, dejando su huella en su desarrollo histórico.

Detalles curiosos sobre el desfile militar del 16 de septiembre en México

Desfile 16 de septiembre

El desfile militar del 16 de septiembre es un evento anual que se lleva a cabo en todo México para conmemorar el inicio de la lucha por la Independencia de México. El desfile es organizado por la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) y cuenta con la participación de las tres fuerzas armadas mexicanas: el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea.

Además de ser un evento cívico-militar, el desfile del 16 de septiembre también es una oportunidad para conocer algunos datos curiosos sobre la historia y la cultura de México. En este artículo, te presentamos algunos de estos detalles.

Entrada del ejercito Trigarante

La primera vez que se llevó a cabo el desfile militar

El desfile inaugural se remonta a un momento histórico crucial en 1821, cuando la Independencia de México se consolidó y el Ejército Trigarante, liderado por Agustín de Iturbide, hizo su entrada triunfal en la Ciudad de México.

El desfile militar del 16 de septiembre es el más grande de América Latina

El desfile militar del 16 de septiembre es el más grande de América Latina. En promedio, participan más de 15.000 militares, así como más de 100 vehículos y aeronaves.

Militares en el Zocalo

El desfile militar del 16 de septiembre está dividido en tres secciones

El desfile militar del 16 de septiembre está dividido en tres secciones:

  • Sección de honor: Esta sección está encabezada por la Escolta Presidencial, que es la unidad de honor del Ejército Mexicano.
  • Sección de tierra: Esta sección está integrada por las fuerzas terrestres del Ejército Mexicano, la Armada de México y la Fuerza Aérea Mexicana.
  • Sección aérea: Esta sección está integrada por aeronaves de la Fuerza Aérea Mexicana.

El desfile militar del 16 de septiembre ha sido cancelado en varias ocasiones

El desfile militar del 16 de septiembre ha sido cancelado en varias ocasiones, principalmente por motivos políticos o económicos. En 1911, el desfile fue cancelado por la Revolución Mexicana. En 1929, el desfile fue cancelado por la Gran Depresión. En 2020 y 2021, el desfile fue cancelado por la pandemia de COVID-19.

El desfile militar del 16 de septiembre no solo es militar

El desfile del 16 de septiembre se festeja con militares, pero eso es solo en las ciudades grandes o capitales de estado, en las ciudades pequeñas o puebles se celebra con los estudiantes de las escuelas de dichos pueblos

Desfile en Escuelas

El desfile militar del 16 de septiembre ha sido el escenario de varios eventos históricos

El desfile militar del 16 de septiembre ha sido el escenario de varios eventos históricos, como la presentación del nuevo armamento del Ejército Mexicano y el paso de tropas extranjeras. En 1942, el desfile militar fue el escenario de la presentación del nuevo armamento del Ejército Mexicano, que incluía tanques, aviones y artillería.

En 1959, el desfile militar fue el escenario del paso de tropas extranjeras, como parte de la visita del presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower.

Siempre si invita a las naciones a enviar un contingente o una escolta que participe en este

Esta última edición del desfile militar fue controversial ya que se encontraba un contingente Ruso y otro Chino lo que si interpreto como un mensaje para estados unidos.

Pero lo cierto es que desde hace ya varios años se invita a diferentes naciones a participar en el desfile y otra cosa muy distinta es que estos países vayan.

El desfile militar del 16 de septiembre es un evento que promueve la unidad nacional

El desfile militar del 16 de septiembre es un evento que promueve la unidad nacional. El desfile es una oportunidad para que los mexicanos de todas las clases sociales se reúnan y celebren la Independencia de México.

El desfile militar del 16 de septiembre es un evento que celebra la historia y la cultura de México

El desfile militar del 16 de septiembre es un evento que celebra la historia y la cultura de México. El desfile es una oportunidad para recordar la lucha por la Independencia de México y para reafirmar los valores patrióticos.

Estos son solo algunos de los detalles curiosos sobre el desfile militar del 16 de septiembre en México. Si tienes la oportunidad de presenciar el desfile, te recomendamos prestar atención a estos detalles para aprender más sobre la historia y la cultura de

Templo de San Hipólito

Templo de San Hipolito

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Junto a una de las vías históricas más ancestrales de la metrópolis, se erige el venerable templo de San Hipólito, cuya rica historia se remonta al siglo XVI, dotándolo de un profundo legado que lo sitúa como un destacado enclave arraigado en el corazón de la ciudad.

Además de los escasos vestigios que persisten del emblemático ahuehuete, pocos elementos tangibles subsisten como testigos de la histórica Noche Triste o Noche de la victoria depende de dónde se mire. Entre estos escasos vestigios se encuentra el templo de San Hipólito, que se alza en un sitio estratégico a lo largo de la antigua calzada Tlacopan, emergiendo como un destacado hito de aquella época.

Este recinto, en la actualidad, congrega a una multitud de devotos cada 28 de octubre para rendir homenaje a san Judas Tadeo, pero su historia tiene sus raíces en la fatídica noche del 30 de junio de 1520.

Templo de San Hipolito

En esa trágica jornada, tras la masacre en el Templo Mayor, los conquistadores españoles y sus aliados se vieron forzados a huir de la ciudad de México-Tenochtitlan, llevando consigo los tesoros que habían saqueado. En su tumultuosa escapada hacia el pueblo de Tlacopan, hoy conocido como Tacuba, fueron emboscados y acosados por las tropas mexicas.

El lodo y las aguas del lago atraparon a numerosos hombres y caballos, con estimaciones de pérdidas hispanas que varían entre los ochocientos sesenta, según el relato de Bernal Díaz del Castillo, y quinientos españoles junto a cerca de cinco mil tlaxcaltecas, según otras fuentes.

Independientemente de la cifra exacta, es evidente que las bajas fueron notables. Los cronistas de la época cuentan que, al amanecer del 1 de julio de 1520, ya en seguridad en Tacuba, Hernán Cortés derramó lágrimas amargas al comprender la magnitud de su derrota.

Posteriormente, tras la caída de Tenochtitlan, en memoria de los caídos en aquella encarnizada batalla, el conquistador solicitó la construcción de una ermita en el lugar donde perecieron sus hombres.

Según los registros de Luis González Obregón, la construcción de lo que eventualmente sería el cimiento del templo de San Hipólito fue encomendada al soldado africano de nombre Juan Garrido. En sus inicios, se le conoció como la Ermita de los Mártires, y su dedicación a san Hipólito, cuya festividad se celebra el 13 de agosto, marcó el día de la victoria definitiva de los españoles.

Con el transcurrir del tiempo, en las inmediaciones de la modesta capilla comenzaron a surgir otros edificios. Según el libro «Hospedería de Santo Tomás de Villanueva y su entorno» de la historiadora María Cristina Montoya Rivero, en 1567, el fraile Bernardino Álvarez solicitó al ayuntamiento un terreno adyacente a la ermita para la construcción de un hospital destinado a enfermos mentales. Gracias al apoyo financiero de diversos benefactores, este complejo se concluyó a principios del siglo XVII y se considera el primer hospital psiquiátrico en el país.

En el año 1736, surgió un nuevo templo de estilo barroco que reemplazó al original, que ya se encontraba en ruinoso estado.

Conmemoraciones históricas en el Templo de San Hipólito

A pesar de haber experimentado varias modificaciones desde entonces, el lugar aún conserva algunos elementos notables, como un relieve arquitectónico peculiar en la barda del atrio. Esta obra, diseñada por el arquitecto José Damián Ortiz de Castro, conmemora los eventos ocurridos hace quinientos años y hace referencia a los presagios que precedieron a la caída de Tenochtitlan.

Estatua de San Hipolito

El relieve narra la leyenda del labrador, una historia que relata el secuestro de un campesino por un águila, que lo llevó a una oscura caverna donde también se encontraba Moctezuma II. En ese lugar, una voz misteriosa le ordenó quemar el muslo del emperador como un acto para revelar su arrogancia e insensibilidad. Esta misma voz le indicó regresar al día siguiente para mostrarle al gobernante lo acontecido y advertirle sobre las consecuencias de su comportamiento despectivo para su futuro.

Dentro de su obra «México viejo: noticias históricas, tradiciones, leyendas y costumbres», González Obregón retoma la versión de fray Diego Durán sobre esta narrativa y resalta la intriga que despierta el monumento: «Tal es el significado de ese relieve que muchos viajeros y habitantes de la ciudad lo observan sin comprenderlo: cada individuo lo interpreta a su manera, nadie acierta con la verdad, y esto se debe a que la leyenda está documentada en crónicas antiguas que no todos han tenido acceso a leer».

Sello San Hipolito

En la actualidad, al igual que la leyenda, pocos son conscientes de la existencia de esta escultura. Algunos, incluso, la asocian erróneamente con el mito griego del rapto de Ganimedes. Sin embargo, lo que está ampliamente reconocido es la devoción que suscita san Judas Tadeo, venerado en este templo desde 1982.

Desde la época virreinal, este recinto ha sido testigo de una celebración anual destacada: «El paseo del pendón», que conmemoraba la victoria de los españoles sobre México-Tenochtitlan y la fundación de la Ciudad de México.

Según la historiadora Montoya Rivero, esta festividad consistía en una procesión que comenzaba la víspera del 13 de agosto desde el edificio del cabildo en la Plaza Mayor hasta el Templo de San Hipólito; al día siguiente, la procesión se invertía.

Interior del Templo de San Hipolito

El pendón real encabezaba este desfile y era portado por el regidor de mayor antigüedad, mientras que el gremio de los plateros llevaba una representación de san Hipólito. Este evento, que incluía corridas de toros, reunía al virrey, así como a las autoridades civiles y religiosas, sirviendo como un acto de lealtad a la Corona. Con el tiempo, esta festividad perdió relevancia y, con los años, la participación popular fue menguando hasta caer en el olvido.

Siglos después, el templo continúa siendo un lugar de peregrinación y celebración, pero ahora es principalmente visitado por devotos de san Judas Tadeo, quienes acuden en masa el día 28 de cada mes y, en especial, durante el mes de octubre, llenando el lugar y sus alrededores de fervor y júbilo.

Santa teresa la nueva

Santa teresa la nueva

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En el lado oriental del Centro Histórico, se ubica este impresionante templo, que tiene sus raíces en el histórico convento de la Orden de Carmelitas Descalzas, cuya construcción se remonta a los albores del siglo XVIII. Este sitio encarna la riqueza de nuestra herencia arquitectónica y es un testimonio vivo de nuestra historia cultural.

Parroquia Santa teresa la nueva

El Templo de Santa Teresa la Nueva, una joya arquitectónica de principios del siglo XVIII, fue erigido por la Orden de las Carmelitas Descalzas como una extensión del Convento de San José.

Este templo es un testimonio vivo de nuestra historia y cultura, y su ubicación estratégica en el centro de la ciudad es realzada por una exquisita fuente diseñada por el renombrado arquitecto Manuel Tolsá.

Es interesante destacar que, según el historiador Francisco de la Maza en su obra «Arquitectura de los coros de monjas en México,» este lugar se caracterizaba por ser el recinto religioso más modesto de toda la Nueva España en su época.

Construcción de Santa teresa la nueva

El Templo de Santa Teresa la Nueva es una de las construcciones más tardías de su género. Al iniciar su planificación a principios del siglo XVIII, ya existían dieciocho conventos dedicados a mujeres en toda la ciudad de México.

Esta particularidad tenía diversas implicaciones, ya que, para obtener la autorización necesaria para construir un convento, era imperativo no estar en proximidad excesiva a otros conventos. Esto se hacía para evitar que interfirieran mutuamente en asuntos como el suministro de agua, que en ese entonces presentaba desafíos considerables, según lo menciona la historiadora Graciela Bernal Ruiz en su obra «El convento de Santa Teresa la Nueva de la Ciudad de México«.

Inicialmente, se consideró otro emplazamiento para el Templo de Santa Teresa, específicamente en la calle de Tacuba, en las cercanías del antiguo Convento de Santa Clara.

No obstante, este lugar, aparte de estar próximo a otros lugares de culto religioso como el noviciado de San Andrés de la Compañía de Jesús, el Convento de Betlemitas y el mismo Santa Clara, resultó inviable debido a su tamaño insuficiente.

Elementos de santa teresa la nueva

En consecuencia, se tomó la decisión de trasladar el proyecto a la Plaza de San Gregorio, como se le conocía en ese entonces, ahora famosa como Plaza de Loreto. Este terreno había sido parte del antiguo Hospital de San Lázaro, dedicado a la atención de personas aquejadas de lepra.

La construcción del templo estuvo a cargo del arquitecto Pedro de Arrieta, reconocido por su contribución a otras emblemáticas edificaciones barrocas en la Ciudad de México, como el Palacio de la Inquisición (actualmente en la República de Brasil), la sacristía de Santo Domingo de Guzmán (justo enfrente), el Templo de Corpus Christi (frente a la Alameda) y la iglesia de La Profesa (situada en Isabel la Católica). Además, Arrieta ejerció como maestro de obras en la majestuosa Catedral de la ciudad.

Es relevante mencionar que el templo actual no conserva la estructura original de estilo barroco, ya que durante su reconstrucción en el siglo XIX, se optó por un enfoque arquitectónico ecléctico, influenciado principalmente por las corrientes grecorromanas propias del neoclasicismo. Esta transformación arquitectónica ha dejado una huella única en la historia del templo.

El histórico Templo de Santa Teresa la Nueva fue fundado y dedicado el 5 de diciembre de 1704, marcando un evento de gran importancia en la historia de la ciudad. En esta memorable ceremonia, destacadas autoridades virreinales se dirigieron al Convento de San José y tocaron su puerta. En su interior, las religiosas esperaban con anticipación y, en un emotivo gesto, abrieron la puerta, emergiendo lentamente con velos negros que cubrían sus rostros. Marcharon solemnemente hacia Santa Teresa la Nueva, entonando el Te Deum Laudamus.

Interior Santa teresa la nueva

De acuerdo con el protocolo acordado, la última en salir fue la religiosa Teresa de Jesús, quien asumió el cargo de priora durante los primeros doce años de existencia del nuevo convento, bajo la autorización del Papa Clemente XI. La dedicación fue solemnemente coronada con el sonido de las campanas de la majestuosa Catedral Metropolitana, simbolizando la fundación del nuevo recinto religioso.

Sin embargo, a lo largo de los años, debido a la Ley de Desamortización de Bienes Eclesiásticos de junio de 1856, que provocó la exclaustración de religiosas, el convento perdió su función original y actualmente solo el templo subsiste en pie.

En septiembre de 1870, después de servir como bodegas y aulas, el resto del convento se transformó en la Escuela Nacional de Ciegos, la cual tenía un precedente importante en la Escuela Municipal de Sordomudos, fundada por Ignacio Trigueros en 1866, y que continúa funcionando hasta hoy.

La orden de las carmelitas, cuyo legado se remonta al siglo XVI en la ciudad (1585), estableció sus conventos en el XVII, cuando otras órdenes religiosas ya habían arraigado profundamente en la Nueva España. Esta rica historia religiosa es un testimonio de la profunda influencia de las órdenes religiosas en la vida de la ciudad.

Los murales de Diego Rivera

Lacha de clases en México

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El Centro Histórico resguarda el edificio civil más destacado, que resplandece con una colección significativa de obras del influyente artista del siglo XX, así es estamos hablando de los murales de Diego Rivera. Su maestría en la técnica de pintura al fresco desempeñó un papel crucial en la construcción de la identidad de una nación en plena transformación tras la Revolución.

Muralismo en México

En el lado oriental del Zócalo de la Ciudad de México se erige un impresionante edificio de piedra y mampostería que, a lo largo de la historia, ha sido el epicentro de los poderes políticos: el majestuoso Palacio Nacional. Desde sus inicios, construido sobre los cimientos del tecpan calli o las antiguas casas reales de Moctezuma, ha experimentado numerosas transformaciones hasta alcanzar su forma actual. Su última y más significativa metamorfosis arquitectónica se llevó a cabo en la posrevolución. En 1927, durante la presidencia del general Plutarco Elías Calles, se añadió un tercer piso al palacio, adaptándolo a la grandiosidad de su entorno, que incluye monumentales edificios como la Catedral y el Sagrario Metropolitano al norte, y el Ayuntamiento al sur.

En esta misma época posrevolucionaria, floreció una de las expresiones culturales más destacadas de México: el muralismo, liderado por figuras emblemáticas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Estos artistas legaron obras de gran formato que se integraron en lugares de importancia arquitectónica, como el Antiguo Colegio de San Ildefonso (entonces la Escuela Nacional Preparatoria), el edificio de la Secretaría de Educación Pública, la Casa de los Azulejos y el Museo de la Luz, entre otros.

El muralismo, enriquecido por los profundos cambios desencadenados por la Revolución, adoptó desde sus inicios un carácter marcadamente político, ideológico y social. El Manifiesto del sindicato de obreros técnicos, pintores y escultores, redactado en 1924, condenó enfáticamente la pintura de caballete como medio de expresión privilegiado y proclamó la glorificación del arte monumental como un patrimonio público.

Como resultado, el muralismo mexicano arraigó profundamente en la historia nacional, rescatando sus raíces indígenas, revitalizando a los personajes populares de la sociedad y destacando a las masas que jugaron un papel fundamental en la Revolución. La estética forjada por los muralistas no se limitó simplemente a representar un mundo que emergía de las cenizas del antiguo régimen porfirista; más bien, se convirtió en un motor crucial en la construcción de la identidad nacional. En esa época, cuando el gobierno surgido de la Revolución se esforzaba por definir nuevos paradigmas para la vida pública, con miras a llevar al país hacia una era moderna con un enfoque nacionalista, el muralismo aportó un significativo peso simbólico a este proceso.

Diego Rivera mismo expresó esta idea años más tarde a Luis Cardoza y Aragón, un destacado escritor y crítico de arte guatemalteco.

[…] por primera vez en la historia del arte de
la pintura monumental, es decir, el muralismo
mexicano, cesó de emplear héroes centrales de ella
a los dioses, los reyes, jefes de Estado, generales
heroicos, etcétera; por primera vez en la historia
del arte […] hizo héroe del arte monumental a la
masa, es decir, al hombre del campo, de las fábricas, de las ciudades, al pueblo.

Diego Rivera

Estos conceptos se manifiestan claramente en la obra artística de un pintor nacido en Guanajuato en 1886. Su formación incluyó la influencia de destacados artistas del siglo XIX, como Félix Parra, José María Velasco, Santiago Rebull y el Dr. Atl. Posteriormente, emprendió un viaje a Europa, donde adquirió habilidades en la técnica del fresco, utilizada por los grandes maestros del Renacimiento, y se sumergió en el arte de vanguardia que revolucionó la cultura europea a principios del siglo XX.

En 1929, ya consolidado como una de las figuras prominentes de la escuela mexicana de pintura, dio inicio al proceso creativo de la monumental Epopeya del pueblo mexicano.

Esta impresionante obra mural, uno de los murales de Diego Rivera más conocitas es una de las creaciones más monumentales de Diego Rivera, abarcando una superficie de doscientos setenta y seis metros cuadrados. Se encuentra majestuosamente ubicada en las escaleras principales del Palacio Nacional.

Mediante su virtuosismo en el manejo de la línea y la paleta de colores, Diego Rivera logró una interpretación magistral de la historia nacional, dividiéndola en tres partes distintas. Los paneles que componen este tríptico están organizados de manera cronológica, ofreciendo una perspicaz narración de la historia de México. El primero de ellos lleva el título de «México prehispánico», el segundo se titula «Historia de México: de la Conquista a 1930» y, por último, el tercero es conocido como «México de hoy y de mañana».

Indígenas en Murales

Etapa prehispánica en los murales de Diego Rivera

En el primer panel, situado en la parte norte, se inicia la representación de la historia desde la perspectiva de Diego Rivera. En este segmento, el enfoque principal recae en el rescate de la rica mitología de las civilizaciones precolombinas. El personaje central de esta sección es Quetzalcóatl, que se presenta como una potencia cósmica, una deidad y en su encarnación humana. Es visualizado naciendo de un volcán y posteriormente embarcándose en un viaje hacia el oriente, donde se enfrenta a Tezcatlipoca.

Antonio Rodríguez, en su obra «El hombre en llamas. Historia de la pintura mural en México», describe magistralmente esta parte de la obra de Diego Rivera.

En esta sección del inmenso fresco, que abarca siete metros y medio de ancho por poco menos de nueve de alto, Diego Rivera ofrece una visión detallada de aspectos cruciales de la civilización prehispánica. Aquí, se abordan diversos aspectos, como su próspera actividad comercial, la presencia imponente de pirámides en su arquitectura sagrada, los rituales adoratorios destinados a favorecer la agricultura, la destacada faceta guerrera enfocada en la obtención de tributos, el papel esencial de los tlacuilos en la creación de antiguos códices, así como la labor de alfareros y orfebres, artesanos dedicados al arte plumario y mujeres con sus conocimientos de herbolaria y medicina tradicional. Estos elementos permiten a Diego Rivera recrear la vida de un mundo en el que el orden cósmico, la estructura política, las manifestaciones de las fuerzas naturales y las deidades convergen en una armonía y equilibrio excepcionales.

La parte central de «La epopeya del pueblo mexicano» abarca un área de poco más de ocho metros y medio de ancho por casi trece de alto, y nos guía a través de las diversas etapas históricas de México, desde la época de la Conquista hasta el surgimiento del régimen posterior a la victoriosa Revolución. Como resultado, se convierte en un intrincado laberinto de referencias, personajes, simbolismos, elementos históricos y metáforas visuales que se combinan en una composición abrumadora.

Murales e indigenas Diego Rivera

Mexico en tiempos del virreinato de la Nueva España dentro de los murales de Diego Rivera

En contraste con la sección anterior, aquí destaca de inmediato la perspectiva que Diego Rivera adopta al representar a los conquistadores españoles. En el mundo prehispánico, incluso la representación de la guerra se enmarcaba en un orden armónico que incorporaba las estructuras políticas y la presencia divina. Sin embargo, en esta sección, los españoles son retratados desde su crueldad, como seres capaces de destruir los esplendores del mundo indígena impulsados por su propia avaricia.

Estos elementos se reflejan vívidamente en algunas imágenes impactantes, como aquella que retrata al capitán español Pedro de Alvarado, quemando con hierro caliente a indígenas previamente sometidos como esclavos. De manera igualmente impactante, se representan el derrumbamiento de los antiguos templos y la quema de valiosos códices prehispánicos a manos del fraile Juan de Zumárraga, quien se convirtió en el primer obispo de la diócesis de México.

Estos actos resultaron en la irrecuperable pérdida de una vasta cantidad de la memoria de una civilización, junto con todos sus conocimientos. Además, se aborda un evento posteriormente oscuro: la llegada de la Santa Inquisición, que institucionalizó métodos crueles de tortura, encarcelamiento y ejecución de aquellos considerados herejes o que desafiaban los dogmas religiosos y políticos que sustentaban a las autoridades virreinales.

Sin embargo, Diego Rivera no se limita a una visión unidimensional de los conquistadores, pintándolos exclusivamente como agentes destructores. También resalta elementos que narran el surgimiento de un nuevo mundo a partir de la fusión sincrética entre lo europeo y lo americano. Los complejos procesos de mestizaje, que dieron lugar a una cultura profundamente diversa, son evidentes a través de la representación de Malinche, la intérprete y esposa de Hernán Cortés, así como de su hijo Martín, quien compartía raíces tanto españolas como indígenas.

A lo largo de los años, Diego Rivera ha sido objeto de críticas por su enfoque supuestamente sesgado y maniqueísta, al idealizar a los indígenas y presentar a los españoles únicamente como figuras feroces y avariciosas. Sin embargo, en este fresco se incluyen personajes que nos instan a reconsiderar este juicio, ya que representan un lado más humanitario de los españoles. Esto se refleja en la presencia de fray Bernardino de Sahagún, quien dedicó gran parte de su vida a recopilar testimonios de la cultura indígena y comprender sus creencias para preservarlas; así como la figura de Pedro de Moya, el virrey que revocó el empleo de oidores que habían cometido numerosos abusos y estableció el primer seminario dedicado específicamente a los pobladores originarios.

Lacha de clases en México

Independencia de México

No obstante, es indiscutible que el relato pictórico compacto forjado por Diego Rivera en torno a la historia nacional lleva consigo una posición ideológica inequívoca. El enfoque que otorga a los héroes de la Guerra de Independencia, como el padre Hidalgo, José María Morelos (cuyo rostro se fusiona con el del propio pintor), Ignacio Allende, Mariano Matamoros, Josefa Ortiz o Leona Vicario, es claramente positivo.

Esta misma tendencia se refleja en la representación de los protagonistas de la Guerra de Reforma, que se despliega en el arco superior derecho del mural. Aquí, nuevamente se presentan marcados contrastes entre figuras como Benito Juárez, Ignacio Ramírez «el Nigromante», Melchor Ocampo e Ignacio Manuel Altamirano, en contraposición al sacerdote católico.

La corpulencia del clérigo simboliza cómo las autoridades eclesiásticas habían abandonado los principios de austeridad que predicaban y se habían entregado de manera frenética a la acumulación de riquezas. Además, se representa a un alto prelado que viste un traje suntuoso, exhibiendo ostentosamente las riquezas de la Iglesia.

Otros momentos significativos del siglo XIX ocupan un lugar destacado en la representación artística de Diego Rivera. Esto incluye la defensa de la soberanía nacional frente a invasiones extranjeras que dejaron una huella indeleble en la historia mexicana.

Uno de estos episodios icónicos es la resistencia ante la invasión de las tropas francesas, liderada valientemente por el general Ignacio Zaragoza en Puebla, y la instauración del Segundo Imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo, quien finalmente fue ejecutado junto a Tomás Mejía y Miguel Miramón en el Cerro de las Campanas. En la parte superior izquierda del mural, el águila imperial se aleja en retirada, simbolizando la derrota que selló su destino.

Además, el mural de Diego Rivera rinde homenaje a la memoria de la invasión estadounidense que comenzó en 1846 y que resultó en la cesión de más de la mitad del territorio mexicano. En esta sección, se destaca la figura de Nicolás Bravo, quien lideró la defensa del Castillo de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847, contando con la valiente participación de los jóvenes cadetes del Colegio Militar.

En el lado opuesto, en el arco izquierdo del mural, se encuentra una abigarrada multitud de figuras que narran los acontecimientos desde la instauración del régimen de Porfirio Díaz a finales de 1876 hasta el triunfo de la Revolución Mexicana en 1910, que culminó oficialmente en 1917 con la promulgación de la Constitución.

En esta sección, el retrato de Porfirio Díaz se destaca junto a otros destacados miembros de las élites económicas de su régimen, personificados por el secretario de Hacienda José Yves de Limantour. En este mismo lado, se vislumbra la presencia de los intereses económicos que respaldaron el régimen, incluyendo la actividad industrial, la minería y el sistema de haciendas, cuya explotación tuvo consecuencias dramáticas.

Frente a estos actores, se encuentran los protagonistas que dieron forma a la Revolución en sus diversas facetas. Se incluyen representaciones de la veta obrera anarquista y periodística de los hermanos Magón, el movimiento constitucionalista de Carranza, el movimiento agrarista encabezado por Emiliano Zapata y Otilio Montaño, la lucha por la democratización y en contra de la reelección de Francisco I. Madero, así como figuras como los hermanos Carmen y Aquiles Serdán. Además, se destacan aquellos que emergieron en la posrevolución, como los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, el legislador y representante obrero Luis N. Morones, y el socialista Felipe Carrillo Puerto. Asimismo, se hace mención de los nuevos protagonistas en el ámbito del arte y la cultura, como Nahui Ollin.

Esta sección de los murales de Diego Rivera también marca el período en el que surgió el muralismo, en un momento en que el país experimentaba inestabilidades. A pesar de la caída del régimen porfirista, el gobierno revolucionario tuvo que enfrentar otros desafíos, incluyendo la resistencia cristera (representada aquí por la madre Conchita y León Toral).

Pueblos prehispánicos en murales de Diego Rivera

México de hoy y de mañana

Esta sección finaliza con el panel titulado «México de hoy y de mañana», en el cual Diego Rivera no solo expone su visión del presente cultural mexicano, sino que también establece conexiones con movimientos culturales y políticos internacionales, particularmente el comunismo. Aquí, se hace referencia directa a Karl Marx, sosteniendo un ejemplar de «El Manifiesto Comunista», y se representan diversos aspectos de la lucha de clases. Mientras que en las secciones anteriores los antagonistas de los trabajadores y campesinos eran las fuerzas tradicionales, como la Iglesia local, aquí se muestra la nueva burguesía internacional y su enfoque mercantilista. Esto se manifiesta claramente en la representación de una máquina de fabricar dinero y la presencia de los capitalistas de Wall Street. Los trabajadores también se ven obligados a enfrentar a la Iglesia y al ejército, que ahora se han aliado con la nueva clase política, así como el surgimiento de grupos de ideología fascista (representados por los Camisas Doradas) y la intolerancia ejercida en nombre del catolicismo (personificada por los Caballeros de Colón).

En contrapartida, Diego Rivera presenta las semillas de lo que él considera el futuro, incluyendo la alianza entre los trabajadores y el agrarismo, así como la contribución de las maestras y las nuevas figuras del arte, personificadas por Frida Kahlo. Esta obra monumental, uno de los logros más destacados del arte mexicano, requirió alrededor de seis años de trabajo, siendo finalizada en 1935.

En 1951, Diego Rivera regresó a Palacio Nacional para pintar una serie de paneles adicionales que complementaron su visión de las raíces históricas de México. Estos frescos, de menor extensión, exploraron la vitalidad del mundo prehispánico y su influencia en el siglo XX.

Representó el cultivo del maíz de la cultura huasteca, las festividades y ceremonias de la cultura totonaca en el Golfo de México, la orfebrería y el arte plumario de la cultura zapoteca en la región central de Oaxaca, así como la destacada labor de los pintores tarascos, que poseían conocimientos técnicos avanzados en pigmentos, resinas y tintes textiles.

Además de esta serie, Diego Rivera creó una grisalla que, a través de la arquitectura prehispánica, mostraba el alto grado de civilización alcanzado por las culturas antiguas de México. También pintó un bastidor que representaba una impresionante vista del bullicioso comercio en el tianguis de Tlatelolco, donde se pueden observar las calzadas, antiguas acequias y templos de la antigua Tenochtitlán. Por último, pintó otra obra que ilustraba la labor agrícola, la base de las civilizaciones prehispánicas, y los numerosos productos que estas civilizaciones legaron al mundo, como el maíz, el cacao, la calabaza, el tomate, el cacahuate entre otros.

Reconstrucción en 3D de Tenochtitlan

Tenochtitlan Arquitectura

Hace poco Thomas Kole un artista digital realizo la Reconstrucción en 3D de Tenochtitlan y hasta el momento todos los medios se han llenado de estas hermosas imágenes.

En palabras de Thomas Kole para la revista wired dice:

Mi interés crecía conforme exploraba los mapas de Ciudad de México. En primer lugar, soy originario de Europa, donde apenas aprendemos sobre los nativos americanos y las civilizaciones precolombinas. Nos enseñan que era gente muy primitiva. Pero, conforme aprendía más sobre la capital mexica, parecía que no solo era una ciudad muy grande y organizada, sino también una de las más grandes del mundo»

Thomas Kole para la revista wired

Es por eso que aquí te traemos una gran recopilación de todas las imágenes y videos de la reconstrucción en 3D de Tenochtitlan.

Para empezar te dejamos con este video hecho por otro estudio de animación que también realizo una Reconstrucción en 3D de Tenochtitlan.

En el año 1518, México-Tenochtitlan, que alguna vez se erigiera modestamente en las aguas del Lago de Texcoco, ha florecido en una vibrante metrópolis, la joya del imperio que gobierna y recoge tributos de más de 5 millones de súbditos. Esta imponente urbe alberga una población de 200,000 ciudadanos dedicados a la agricultura, el arte, el comercio, la guerra, la religión y la administración. En su época, Tenochtitlan ostenta el título de una de las ciudades más colosales a nivel global.

En la actualidad, esta majestuosa localidad responde al nombre de Ciudad de México.

Sin embargo, poco queda de la antigua Tenochtitlan. ¿Cómo lucía esta urbe, construida con esfuerzo sobre las aguas? Basándome en minuciosas investigaciones históricas y hallazgos arqueológicos, respaldados por el conocimiento compartido por numerosos eruditos, he procurado resucitar Tenochtitlan de la manera más auténtica posible.

Reconstrucción en 3D de Tenochtitlan

Un Mundo muy diferente

Hace 500 años, nuestro mundo era notablemente distinto. A medida que te sumerges en esta evocadora narrativa, te invito a imaginar los matices del aroma a sal en el aire y el intrigante toque de chile ahumado. Adéntrate en la melodiosa música de la lengua náhuatl y en el suave murmullo de las canoas deslizándose por los intrincados canales. Abre tus sentidos a los cantos de las aves que llenan los frondosos árboles y permite que el cálido abrazo del sol acaricie tu piel.

En este entorno fascinante, las personas se visten con delicadas prendas de algodón y despliegan sus habilidades en diversos oficios. Trabajan incansablemente en los campos, dan vida a deliciosos manjares, participan en animados intercambios comerciales y ejercen sus artes bajo la sombra protectora de árboles frondosos y toldos acogedores.


Tenochtitlan Atardecer

Una Ciudad Organizada

El diseño urbano de Tenochtitlan, caracterizado por su trama cuadriculada, pone de manifiesto la estructura jerárquica de esta ciudad antigua. Cada barrio se planifica meticulosamente y dispone de sus propios mercados, escuelas y talleres, creando una red de comunidad vibrante y autónoma.

La constante atención a las acequias garantiza una eficiente vía de transporte tanto para sus habitantes como para sus bienes, mientras que pasos y puentes tejen la intrincada trama urbana de esta impresionante metrópolis.


Tenochtitlan Arquitectura

Arquitectura Unica

Ante el telón de fondo de modestas viviendas de un solo nivel, se alzan imponentes estructuras que dominan el paisaje: desde el majestuoso templo doble en el corazón de la urbe hasta los santuarios locales que honran a sus divinidades en los diferentes barrios. El Recinto Sagrado, que alberga al venerado Templo Mayor, representa el epicentro absoluto de la ciudad. Justo a su lado se encuentra el suntuoso palacio del respetado tlahtoani Motecuhzoma Xocoyotzin, acompañado por otros templos, centros educativos, exuberantes jardines y un cautivador vivario.


Tlatelolco Centro

Tlatelolco

Al norte de la grandiosa Tenochtitlan se extiende Tlatelolco, su ciudad hermana. Con el tiempo, estas dos ciudades se amalgamaron, aunque Tlatelolco permaneció subordinada al dominio tenochca.

En esta metrópolis, se erige un mercado de vital importancia que se convierte en un punto de encuentro para el intercambio de productos provenientes de los rincones más lejanos del vasto imperio.

Estos render son una gran vision de la reconstrucción en 3D de Tenochtitlan.


La Cuenca de México

La Cuenca de México se halla rodeada por majestuosos volcanes, siendo el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl los más destacados entre ellos.

A lo largo de sus vertientes, discurren las aguas provenientes de las lluvias y manantiales, que convergen para dar forma a un cuerpo de agua salina en el corazón de esta región.

La altitud de la Cuenca sobrepasa los 2000 metros sobre el nivel del mar, incluso en sus puntos más bajos, otorgándole una topografía singular y espectacular.


Lago vista aerea

El Lago que rodeaba la ciudad

La construcción de una ciudad en medio de un lago plantea un desafío constante contra los elementos acuáticos.

Un elaborado sistema de acequias, canales, esclusas y un albarradón de 16 kilómetros de longitud se convierten en la ingeniosa solución que suministra agua dulce a los mexicas, procedente de las altas montañas circundantes.

Este ingenioso sistema de compartimentación garantiza que la ciudad esté rodeada por agua salina, mientras que el agua salada se retiene en el extremo oriental del lago. Además, un acueducto estratégicamente dispuesto, que se extiende desde Chapultepec, abastece a la ciudad con un suministro constante de agua potable.


Chinampas

Las Chinampas

Los mexicas desarrollan parcelas de cultivo al hincar estacas en el lecho del lago y llenar cuidadosamente el espacio con tierra y cascajo.

En estas fértiles chinampas, se cosecha una variada gama de alimentos, incluyendo maíz, frijol, calabaza, chile y flores.

Este sistema agrícola innovador no solo sustenta a la población, sino que también posibilita el crecimiento tanto en términos de extensión territorial como de número de habitantes de la ciudad.


Tlacopan y Texcoco Cruce

 Tlacopan y Tetzcoco

La cuenca de México ha sido hogar de comunidades humanas a lo largo de milenios. A lo largo de las orillas del lago, surgieron diversos pueblos y ciudades que compartieron este entorno único. Entre las más destacadas, Tenochtitlan, Tlacopan y Tetzcoco se unieron para formar la poderosa Triple Alianza, que marcó un capítulo fundamental en la historia de la región.

La ciudad de Tenochtitlan se conecta con la tierra firme a través de una intrincada red de calzadas que se extienden hacia Tlacopan, Azcapotzalco, Tepeyacac y otros lugares más distantes. Estas calzadas no solo facilitan el transporte y el comercio, sino que también fortalecen los lazos entre las diversas comunidades que conforman la gran cuenca de México.


Conclusion sobre la Reconstrucción en 3D de Tenochtitlan

Indudablemente este es un gran trabajo que nos ayuda a comprender más como era Tenochtitlan original mente si quieres ver las imágenes comparativas de este proyecto pueden entrar a su sieio oficial haciendo clic aquí.

Donde con las imagines de la reconstrucción en 3D de Tenochtitlan comparativas del ayer y hoy te podar dar una idea de las ubicaciones.

Museo Panteón de San Fernando

Tumba de Benito Juarez en el panteón de San Fernando

El Museo Panteón de San Fernando es un cementerio histórico ubicado en la Ciudad de México. Fue fundado en 1786 por el virrey Bernardo de Gálvez y Madrid, y es el lugar de descanso final de una gran cantidad de personajes importantes de la historia de México, tanto de la época colonial como de la república.

Historia del panteón de San Fernando

Foto Antigua del panteón de San Fernando

El panteón fue construido en el siglo XVIII para reemplazar al antiguo cementerio de la iglesia de San Fernando, que ya no podía dar cabida a la creciente población de la ciudad.

Anteriormente se los cuerpos eran enterrados dentro de la iglesia pues se creía que era la mejor manera de tener un acceso asegurado al cielo.

En la majestuosa Iglesia de San Fernando, adyacente al altar principal, reposan los restos de dos destacados virreyes, Matías de Gálvez y Gallardo y su ilustre hijo Bernardo de Gálvez. Estos distinguidos personajes, artífices de la construcción del icónico Castillo de Chapultepec y múltiples otras obras trascendentales, encuentran su eterno descanso en este histórico lugar.

El panteón se inauguró en 1786, y rápidamente se convirtió en uno de los cementerios más importantes de la Ciudad de México. En él fueron enterrados un gran número de personajes importantes de la época colonial

Época republicana

Con la independencia de México, el panteón continuó siendo utilizado para el entierro de personajes importantes de la república. En él fueron enterrados, entre otros, el presidente Ignacio Comonfort, el general Ignacio Zaragoza, el escritor Ignacio Manuel Altamirano, y el artista José Guadalupe Posada.

Tumba de Benito Juarez

Personajes importantes que han estado en el Panteón de San Fernando

  • Benito Juárez
  • Miguel Miramón
  • Ignacio Zaragoza
  • Miguel Lerdo de Tejada del Corral
  • Ignacio Comonfort
  • Melchor Ocampo
  • Mariano Riva Palacio
  • Martín Carrera
  • Vicente Guerrero
  • Manuel de la Peña y Peña

Museo del panteón de San Fernando

En 1987, el panteón fue declarado Monumento Artístico Nacional. En 1996, fue convertido en museo, y sus puertas fueron abiertas al público.

El museo cuenta con una colección de más de 150 tumbas y nichos, que representan un importante testimonio de la historia de México.

A continuación, te dejamos una galería con fotos para que conozcas como es el panteon a detalle:

Recorrido por el panteón de San Fernando

El recorrido por el museo comienza en la entrada principal, donde se encuentra la antigua tumba de Miguel Miramón.

Pero en esta no se encuentra el cuerpo de Miramon ya que fue cambiado de lugar por su familia cuando se entraron que Benito Juarez también estaría enterrado en el mismo panteon.

A continuación, se puede visitar el panteón grande, que es el área más grande del cementerio. En el panteón grande se encuentran la mayoría de las tumbas y nichos más importantes.

Tumbas Panteón de San Fernando

El recorrido continúa por el panteón chico, que es un área más pequeña ubicada al final del panteón grande (actualmente cerrada al público por remodelación). En el panteón chico se encuentran las tumbas de personajes menos conocidos, aunque no con lapitas tan llamativas como las del panteon grande.

Visita el Museo Panteón de San Fernando

Tambien de tejamos con este documental muy recomendado hecho por El Foco donde se muestra más a detalle la historia, algunas leyendas y más detalles de este hermoso e inigualable lugar

Panteón de San Fernando por el Foco

Ubicación del panteón

Caul es la dirección del Museo Panteón de San Fernando

El panteón está ubicado en C. San Fernando 17, Centro Histórico de la Cdad. de México, Guerrero, Cuauhtémoc, 06300 Ciudad de México, CDMX

Te dejamos la ubicación en Google maps para que lo puedas ubicar más fácilmente

Horario de Visitas

¿Cuáles son los horarios del Museo Panteón de San Fernando?

El Museo Panteón de San Fernando está abierto de martes a domingo, de 9:00 a 17:00 horas. El costo de la entrada es gratuito.

El Museo Panteón de San Fernando es un lugar de gran importancia histórica y cultural. Te recomendamos seguirlos en sus redes sociales ya que normalmente hacen eventos como obras de teatro entre las tumbas.

Es un lugar que vale la pena visitar para conocer más sobre la historia de México y sobre los personajes que han sido parte de ella.