viernes 21 junio 2024

Recorrido Histórico por Bucareli: Descubre su Magia en un Paseo Único

En las crónicas iniciales, este sitio se describía como un encantador lugar rodeado de árboles, ofreciendo vistas pintorescas de majestuosas montañas. Descubrir su fascinante historia demanda disposición para dar un recorrido de más de mil pasos, deteniéndose en el camino para desentrañar enigmas del pasado y experimentar de cerca la esencia arquitectónica característica del período del Porfiriato.

Los murales de Diego Rivera

El Centro Histórico resguarda el edificio civil más destacado, que resplandece con una colección significativa de obras del influyente artista del siglo XX, así es estamos hablando de los murales de Diego Rivera. Su maestría en la técnica de pintura al fresco desempeñó un papel crucial en la construcción de la identidad de una nación en plena transformación tras la Revolución.

Huella de los afrodescendientes en México

El Archivo Histórico de la Ciudad de México resguarda una rica colección de evidencias que ilustran cómo a lo largo de los siglos, las distintas comunidades afrodescendientes que han poblado la capital han conseguido expandir sus esferas sociales y conquistar derechos, a pesar de haber enfrentado marginación en sus inicios.

Ciudad de México la antigua ciudad del agua 

Historia de MéxicoCiudad de México la antigua ciudad del agua 

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En la antigua región del Valle de Anáhuac, la vida fluía en armonía con los numerosos lagos, las ingeniosas chinampas, los acueductos y las acequias que surcaban el paisaje. Sin embargo, con la llegada de la época virreinal, la ciudad experimentó profundas y continuas transformaciones ambientales que moldearon su devenir histórico y le confirieron muchos de los rasgos distintivos que podemos apreciar en la actualidad.

El entorno lacustre y los sistemas hidráulicos prehispánicos fueron gradualmente reemplazados por una infraestructura urbana adaptada a las nuevas necesidades y visiones de la sociedad novohispana. Estos cambios trascendentales, aunque drásticos, sentaron las bases para el desarrollo de la metrópoli moderna, dejando una huella indeleble en su fisonomía y carácter.

Las ciudades y su entorno ambiental

Las urbes no surgen ni se desarrollan en un vacío, sino que están intrínsecamente ligadas al medio natural que las rodea. El entorno geográfico y medioambiental moldea todos los aspectos de la vida citadina, desde los modos de subsistencia hasta las expresiones culturales, pasando por la economía, la política y la cosmovisión de sus habitantes.

La Ciudad de México es un claro ejemplo de esta interacción entre lo urbano y lo natural. Los sismos, fenómeno recurrente en esta región sísmica, han dejado una profunda huella en su devenir histórico. Algunos movimientos telúricos han dañado edificios emblemáticos, obligando a reconstruirlos o adaptarlos, como ocurrió con la cúpula del templo de Santa Teresa en 1845 o la escultura del Ángel de la Independencia en 1957.

En otras ocasiones, los terremotos han adquirido un significado simbólico, como el del 7 de junio de 1911, visto como un presagio de los cambios políticos que se avecinaban con la llegada triunfal de Francisco I. Madero a la capital. «El día que Madero llegó, hasta la tierra tembló», se decía entonces, evidenciando cómo los fenómenos naturales se entretejen con las narrativas sociales.

Pero sin duda, el sismo más devastador fue el del 19 de septiembre de 1985, que causó enormes daños materiales y pérdidas humanas en la capital. Aunque trágico, este episodio sentó las bases para una nueva cultura de prevención civil, mejores normas de construcción y la realización periódica de simulacros.

La historia lacustre de la Ciudad de México también refleja esta estrecha vinculación con su entorno natural. Los antiguos mexicas supieron aprovechar los recursos de la cuenca y adaptarse a un medio lagunar en constante transformación.

Mapa te Tenochtitlan lacustre

La Ciudad Acuática: Un Prodigio en las Aguas

Al arribar a las inmediaciones de la antigua Tenochtitlan en noviembre de 1519, los ojos de Hernán Cortés y sus hombres se llenaron de asombro. Ante ellos se erigía una maravilla arquitectónica sin igual: una vasta ciudad construida sobre las aguas de dos grandes lagos.

Los españoles quedaron boquiabiertos al contemplar las dimensiones colosales del Huey altépetl. Según el historiador Serge Gruzinski, en 1520, con sus trescientos mil habitantes, la ciudad mexica era probablemente la más populosa del mundo, superando incluso a Constantinopla y París.

Pero lo que más cautivó a los recién llegados fue la condición lacustre de la ciudad. En su Segunda Carta de relación, el propio Cortés describió con admiración las dos lagunas que abarcaban casi todo el territorio, una de agua dulce y la otra, más grande, de agua salada.

Un soldado anónimo que acompañó a Cortés plasmó en su crónica la impresión arrolladora que causó la ciudad sobre el agua: «Tan maravillosos fueron los edificios que había en ella, y tan admirables a la vista de sus calles, plazas y calzadas, tanto por la buena orden y modo con que estaba edificada, como por estar fundada sobre agua».

Tenochtitlan, la joya lacustre de los mexicas, dejó una huella indeleble en los corazones y mentes de los conquistadores, quienes presenciaron una urbe sin igual, desafiando las leyes de la naturaleza y erigiendo su grandeza sobre las aguas, uno de los soldados que acompañó a Hernán Cortés comentó.

Esta gran ciudad de Temistitan Messico está edificada dentro de esta parte del lago que tiene el agua salada, no en el medio, sino a la orilla del agua […]. [Dos de sus calzadas] atraviesan el lago, entran por en medio de la ciudad y allí viene a reunirse, de modo que podría decirse que son una sola. La otra calzada viene de la tierra firme a la ciudad como de un cuarto de legua; [por esta] viene un caño o arroyo de agua, de la tierra firme a la ciudad, y es dulce y muy buena; es más grueso que el cuerpo de un hombre y llega hasta el centro de la población; de ella beben todos los vecinos, y nace al pie de una roca, en una colina, donde se hace una fuente grande […].

Este fragmento ofrece una visión general de los elementos naturales que definían el entorno de estas comunidades isleñas. Por un lado, se destaca la presencia de masas de agua circundantes, lo que sugiere un paisaje marítimo o lacustre. Por otro lado, se indica que el suministro de agua potable provenía de una zona situada al oeste, lo que implica que los asentamientos dependían de fuentes externas para obtener este recurso vital.

La gran ciudad Temistitan Messico tenía y tiene muchas y hermosas calles y anchas, ahora que, fuera de dos o tres principales, todas las demás eran la mitad de tierra, como enladrillado, y la otra mitad de agua, y salen por la parte de tierra y por la otra parte de agua en sus barquillas y canoas, que son de un madero cóncavo […]; hay muchas otras calles principales, que todas son de agua, que no sirven más que para transitar en sus barcas y canoas […]. Y de esa manera son todos los demás 12 pueblos que hemos dicho, que están en este lago en la parte de agua dulce.  

Aparte de los relatos escritos, existe un testimonio visual que pone de manifiesto el carácter esencialmente lacustre de la antigua Tenochtitlan. Se trata del llamado mapa de Núremberg, un grabado en madera publicado por primera vez en 1524 en la ciudad alemana que le da nombre, para acompañar la narración escrita por Cortés. Es la primera representación cartográfica de la ciudad y, como bien señala Fabiola Ferman Cruz, este documento «refleja acertadamente la visión que tenía la población indígena de su ciudad, pero plasmada bajo la tradición artística europea». En él se aprecia el centro de Tenochtitlan, así como otras poblaciones ribereñas ubicadas en los lagos, las cuales determinaban el modo de vida de sus habitantes.

Tlacopan y Texcoco

Abasto de agua potable e inundaciones 

Los habitantes de la antigua Tenochtitlan enfrentaban dos desafíos fundamentales relacionados con el entorno acuático que rodeaba la ciudad. Por un lado, la amenaza constante de inundaciones debido a su ubicación en medio del lago. Por otro lado, la necesidad apremiante de obtener agua dulce apta para el consumo humano, ya que gran parte del lago contenía agua salada cercana a Texcoco, o bien agua dulce contaminada con vegetación densa cerca de Chalco y Xochimilco, convirtiéndola en no potable.

Para resolver el problema del suministro de agua, los mexicas construyeron acueductos en diferentes etapas. Una de estas iniciativas fue emprendida por el tlatoani Chimalpopoca, quien ordenó la construcción de un acueducto para transportar agua dulce desde Chapultepec. La primera obra fue realizada con barro y madera. Posteriormente, se construyó otra estructura de piedra, aprovechando el trazado de la calzada de Tlacopan (actual calle de Tacuba), que iniciaba en el Palacio de Axayácatl, donde hoy se encuentra el edificio del Monte de Piedad, al poniente de la Catedral. Según Ángeles González Gamio, el cambio de ubicación se debió a que el terreno en esta calzada era mucho más firme que en el camino a Chapultepec.

Estas obras hidráulicas fueron soluciones ingenieriles para los desafíos que planteaba el entorno lacustre de Tenochtitlan, permitiendo a sus habitantes mitigar el riesgo de inundaciones y garantizar el acceso a agua potable.

Acerca del acueducto de Chapultepec, el cronista Cer vantes de Salazar dice lo siguiente:

 …dos caños de tierra muy pisada, tan fuerte como la piedra, desta manera que el agua nunca venía sino por uno de los caños, porque cuando el uno estaba sucio e lagañoso, echaban el agua por el otro, y así corría el agua más clara que el cristal. 

 Desta fuente […] se proveían todos los principales; y de ciertos caños de madera por donde corría sobre las acequias, muchos indios recogían el agua en canoas, que vendían a otros, y este era su trato, por el cual pagaban ciertos derechos al gran señor Moctezuma.

En los tiempos del Virreinato, y hasta el año 1896, durante la etapa porfirista, se retomó la construcción del acueducto, extendiéndose hacia la zona de Arcos de Belén. Aquel antiguo acueducto culminaba con una fuente escultural diseñada por Guillermo Ruiz, la cual actualmente se encuentra en Tepoztlán. (La fuente que hoy se aprecia en Salto del Agua es una réplica).

Además de la obra hidráulica de Chapultepec, durante el gobierno de Ahuízotl, el octavo soberano mexica, se erigió un segundo acueducto denominado Acuecuéxcatl, alimentado por los manantiales de Coyoacán.

Fray Diego Durán habla así de este segundo acueducto:

…hicieron a estas fuentes una presa fortísima de argamasa, que violentando el agua le hicieron subir con mucha fuerza, porque mandaron venir los mejores maestros que en todas las provincias se hallaron, y así acudieron […] grandes maestros y buzos que bajaban a los manantiales de agua para limpiarlos y alegrarlos y a cerrar todos los desaguaderos y venas por donde desaguaban.

El ambicioso proyecto de Ahuízotl para transportar agua a Tenochtitlán desafió las advertencias de Tzuzuma, el señor de Coyoacán. A pesar de las preocupaciones por el caudal desmesurado y el riesgo de tragedia, el tlatoani procedió con su plan. Lamentablemente, el presagio se cumplió en 1499 cuando una inundación cobró indirectamente su vida.

Las inundaciones eran un problema recurrente y severo, lo que llevó a la construcción de albarradones para regular los niveles del lago. Tras una inundación en 1450, Moctezuma I tomó la decisión de erigir un albarradón monumental que se extendía desde Iztapalapa hasta Atzacualco. En esta colosal obra, contó con la ayuda de Nezahualcóyotl, el gobernante y poeta de Texcoco, motivo por el cual la imponente estructura de doce kilómetros de longitud y cerca de veinte metros de ancho llevó su nombre.

 

Marca de agua, inundación de 1629
Marca de agua, inundación de 1629

De la antigua ciudad de agua al desecamiento lacustre 

En la época virreinal, la Ciudad de México sufrió numerosas inundaciones que dejaron una profunda huella. Si bien hubo anegamientos en los años iniciales de la Nueva España como 1555 y 1580, los episodios se intensificaron en el siglo XVII, con inundaciones registradas en 1604, 1607, 1615 y 1623, entre otras fechas. Esta situación continuó durante los siglos XVIII y XIX.

No obstante, el acontecimiento más devastador fue la inundación de 1629, conocida como el «diluvio de san Mateo». La noche del 21 de septiembre de aquel año, una intensa lluvia azotó la capital novohispana durante aproximadamente 36 horas ininterrumpidas. Según relatos de la época, la ciudad quedó prácticamente sumergida, con un nivel de agua que alcanzó los dos metros de altura en algunos puntos, como lo atestigua una figura tallada en piedra con forma de rostro felino en la esquina de las actuales calles Madero y Motolinía.

Las consecuencias fueron desastrosas. Conventos, edificios civiles y las construcciones de adobe de los barrios indígenas sufrieron graves daños. Los desplazamientos solo eran posibles en pequeñas canoas, y las reservas de granos y cereales se vieron afectadas, provocando escasez de maíz y especulación por parte de algunos comerciantes españoles. Se improvisaron terraplenes, puentes de madera y pasarelas para facilitar el tránsito peatonal, mientras que las misas se celebraban en las azoteas.

En un intento por consolar a la población, el 24 de septiembre se organizó una procesión acuática en canoas y trajineras, llevando la imagen de la Virgen de Guadalupe desde el Tepeyac hasta la Catedral Metropolitana, acompañada por unas doscientas embarcaciones pequeñas. La virgen permaneció en la catedral hasta que cinco años después, el arzobispo Francisco Manzo ordenó su regreso.

Mientras tanto, el agua fue disminuyendo gradualmente hasta que llegó una sequía en 1634, aunque no sin dejar un saldo trágico de aproximadamente treinta mil víctimas. Además, la situación propició brotes epidémicos, como ya había ocurrido en inundaciones previas con casos de diarrea, sarampión, fiebre amarilla y vómito negro, según registros históricos.

El cosmógrafo Henrico Martínez, que había llegado a la Nueva España junto con el virrey Luis de Velasco, fue testigo de los hechos:

 Mientras las lluvias arreciaban el 21 de septiembre, día de San Mateo, cayó un aguacero tan espantoso que duró treinta y seis horas seguidas. La ciudad se inundó completamente. Solo una parte del Pala cio, las casas arzobispales, la calle de Santa Teresa y un pedazo de la Plaza Mayor se libraron de la furiosa acometida de las aguas […] los conventos fueron abandonados, las iglesias se cerraron, el comercio se paralizó […]. De veinte mil familias de españoles, no quedaban más que cuatroscientas en la ciudad inundada. Las demás habían huido hacia otras ciudades y villas a salvo de la catástro fe, como a Puebla, Coyoacán, San Agustín de las Cuevas, Tacuba, Mexicaltzingo, Texcoco.   

A pesar de su reconocida labor, Henrico Martínez también tuvo su cuota de responsabilidad en la tragedia de las inundaciones que asolaron la Ciudad de México. Tras los eventos de 1604 y 1607, las autoridades virreinales retomaron la antigua idea de desecar el lago de Texcoco y desviar el curso de ríos caudalosos como el de Cuautitlán, con el fin de mitigar los riesgos. Fue el propio Martínez quien concibió la solución de excavar un canal abierto para conducir las aguas de Zumpango hacia Huehuetoca, en dirección a las aguas de Tula, dando así paso a los proyectos de desagüe de la capital.

Sin embargo, el camino estuvo plagado de obstáculos. En 1627, el dique del río Cuautitlán se rompió, provocando el desbordamiento de los lagos de la región e inundaciones. Martínez recibió numerosas críticas y, poco después, Adrian Boot planteó una alternativa para «evitar que las aguas dañaran la ciudad», con la intención de restaurar los lagos de la época prehispánica. No obstante, Boot, siendo calvinista, fue acusado de herejía y tuvo problemas con la Santa Inquisición, lo que impidió que su propuesta fuera considerada, imponiéndose así el plan de Martínez.

Los años siguientes, el avance de las obras fue intermitente, detenido en ocasiones por diversas circunstancias. Una de las más apremiantes se dio en 1623, cuando el virrey marqués de Gálvez, llegó a la Nueva España y, en un exceso de celo por el cuidado de la hacienda real, dio la orden de suspender los trabajos de desagüe.

Así lo narra el barón de Humboldt:

Un nuevo virrey, el marqués de Gelves, apenas llega do a México y sin haber presenciado por consiguiente las inundaciones causadas por la salida de madre del rio Cuautitlan, tuvo la temeridad de mandar al inge niero Martínez que tapase el túnel e hiciese entrar las 

aguas de Zumpango y de San Cristóbal en el Lago de Texcoco, para ver si efectivamente era el peligro tan grande como se le había pintado. 

La plaza del volador

Los esfuerzos por drenar el lago de la Ciudad de México enfrentaron numerosos desafíos y contratiempos. Las obras se reanudaron en 1628, pero el diluvio del año siguiente agravó aún más la situación. Henrico Martínez, en un intento por proteger el túnel en construcción, ordenó el cierre del canal de Zumpango, decisión que resultó perjudicial para la ciudad y lo llevó a la cárcel al ser señalado como responsable, según relata la historiadora Elisa Martínez Vega.

Tras estos acontecimientos, se puso en marcha el plan de crear un drenaje artificial para ir ganando terreno al lago gradualmente, dando inicio al largo proceso de desecación. Fue una transformación paulatina, pues si bien el lago se iba drenando, la ciudad aún conservó por mucho tiempo sus numerosos canales, como el Real, que corría junto al sur del palacio por donde hoy pasa la calle Corregidora, o el de San Francisco, en la actual Madero. Sin embargo, estos proyectos marcaron un punto de no retorno, provocando el cambio medioambiental más significativo desde la fundación de Tenochtitlan. Una transformación que no solo nos define históricamente, sino que ha determinado hasta nuestros días la forma en que nuestra ciudad se ha ido adaptando.

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