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El Centro Histórico resguarda el edificio civil más destacado, que resplandece con una colección significativa de obras del influyente artista del siglo XX, así es estamos hablando de los murales de Diego Rivera. Su maestría en la técnica de pintura al fresco desempeñó un papel crucial en la construcción de la identidad de una nación en plena transformación tras la Revolución.
Muralismo en México
En el lado oriental del Zócalo de la Ciudad de México se erige un impresionante edificio de piedra y mampostería que, a lo largo de la historia, ha sido el epicentro de los poderes políticos: el majestuoso Palacio Nacional. Desde sus inicios, construido sobre los cimientos del tecpan calli o las antiguas casas reales de Moctezuma, ha experimentado numerosas transformaciones hasta alcanzar su forma actual. Su última y más significativa metamorfosis arquitectónica se llevó a cabo en la posrevolución. En 1927, durante la presidencia del general Plutarco Elías Calles, se añadió un tercer piso al palacio, adaptándolo a la grandiosidad de su entorno, que incluye monumentales edificios como la Catedral y el Sagrario Metropolitano al norte, y el Ayuntamiento al sur.
En esta misma época posrevolucionaria, floreció una de las expresiones culturales más destacadas de México: el muralismo, liderado por figuras emblemáticas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Estos artistas legaron obras de gran formato que se integraron en lugares de importancia arquitectónica, como el Antiguo Colegio de San Ildefonso (entonces la Escuela Nacional Preparatoria), el edificio de la Secretaría de Educación Pública, la Casa de los Azulejos y el Museo de la Luz, entre otros.
El muralismo, enriquecido por los profundos cambios desencadenados por la Revolución, adoptó desde sus inicios un carácter marcadamente político, ideológico y social. El Manifiesto del sindicato de obreros técnicos, pintores y escultores, redactado en 1924, condenó enfáticamente la pintura de caballete como medio de expresión privilegiado y proclamó la glorificación del arte monumental como un patrimonio público.
Como resultado, el muralismo mexicano arraigó profundamente en la historia nacional, rescatando sus raíces indígenas, revitalizando a los personajes populares de la sociedad y destacando a las masas que jugaron un papel fundamental en la Revolución. La estética forjada por los muralistas no se limitó simplemente a representar un mundo que emergía de las cenizas del antiguo régimen porfirista; más bien, se convirtió en un motor crucial en la construcción de la identidad nacional. En esa época, cuando el gobierno surgido de la Revolución se esforzaba por definir nuevos paradigmas para la vida pública, con miras a llevar al país hacia una era moderna con un enfoque nacionalista, el muralismo aportó un significativo peso simbólico a este proceso.
Diego Rivera mismo expresó esta idea años más tarde a Luis Cardoza y Aragón, un destacado escritor y crítico de arte guatemalteco.
Estos conceptos se manifiestan claramente en la obra artística de un pintor nacido en Guanajuato en 1886. Su formación incluyó la influencia de destacados artistas del siglo XIX, como Félix Parra, José María Velasco, Santiago Rebull y el Dr. Atl. Posteriormente, emprendió un viaje a Europa, donde adquirió habilidades en la técnica del fresco, utilizada por los grandes maestros del Renacimiento, y se sumergió en el arte de vanguardia que revolucionó la cultura europea a principios del siglo XX.
En 1929, ya consolidado como una de las figuras prominentes de la escuela mexicana de pintura, dio inicio al proceso creativo de la monumental Epopeya del pueblo mexicano.
Esta impresionante obra mural, uno de los murales de Diego Rivera más conocitas es una de las creaciones más monumentales de Diego Rivera, abarcando una superficie de doscientos setenta y seis metros cuadrados. Se encuentra majestuosamente ubicada en las escaleras principales del Palacio Nacional.
Mediante su virtuosismo en el manejo de la línea y la paleta de colores, Diego Rivera logró una interpretación magistral de la historia nacional, dividiéndola en tres partes distintas. Los paneles que componen este tríptico están organizados de manera cronológica, ofreciendo una perspicaz narración de la historia de México. El primero de ellos lleva el título de «México prehispánico», el segundo se titula «Historia de México: de la Conquista a 1930» y, por último, el tercero es conocido como «México de hoy y de mañana».
Etapa prehispánica en los murales de Diego Rivera
En el primer panel, situado en la parte norte, se inicia la representación de la historia desde la perspectiva de Diego Rivera. En este segmento, el enfoque principal recae en el rescate de la rica mitología de las civilizaciones precolombinas. El personaje central de esta sección es Quetzalcóatl, que se presenta como una potencia cósmica, una deidad y en su encarnación humana. Es visualizado naciendo de un volcán y posteriormente embarcándose en un viaje hacia el oriente, donde se enfrenta a Tezcatlipoca.
Antonio Rodríguez, en su obra «El hombre en llamas. Historia de la pintura mural en México», describe magistralmente esta parte de la obra de Diego Rivera.
En esta sección del inmenso fresco, que abarca siete metros y medio de ancho por poco menos de nueve de alto, Diego Rivera ofrece una visión detallada de aspectos cruciales de la civilización prehispánica. Aquí, se abordan diversos aspectos, como su próspera actividad comercial, la presencia imponente de pirámides en su arquitectura sagrada, los rituales adoratorios destinados a favorecer la agricultura, la destacada faceta guerrera enfocada en la obtención de tributos, el papel esencial de los tlacuilos en la creación de antiguos códices, así como la labor de alfareros y orfebres, artesanos dedicados al arte plumario y mujeres con sus conocimientos de herbolaria y medicina tradicional. Estos elementos permiten a Diego Rivera recrear la vida de un mundo en el que el orden cósmico, la estructura política, las manifestaciones de las fuerzas naturales y las deidades convergen en una armonía y equilibrio excepcionales.
La parte central de «La epopeya del pueblo mexicano» abarca un área de poco más de ocho metros y medio de ancho por casi trece de alto, y nos guía a través de las diversas etapas históricas de México, desde la época de la Conquista hasta el surgimiento del régimen posterior a la victoriosa Revolución. Como resultado, se convierte en un intrincado laberinto de referencias, personajes, simbolismos, elementos históricos y metáforas visuales que se combinan en una composición abrumadora.
Mexico en tiempos del virreinato de la Nueva España dentro de los murales de Diego Rivera
En contraste con la sección anterior, aquí destaca de inmediato la perspectiva que Diego Rivera adopta al representar a los conquistadores españoles. En el mundo prehispánico, incluso la representación de la guerra se enmarcaba en un orden armónico que incorporaba las estructuras políticas y la presencia divina. Sin embargo, en esta sección, los españoles son retratados desde su crueldad, como seres capaces de destruir los esplendores del mundo indígena impulsados por su propia avaricia.
Estos elementos se reflejan vívidamente en algunas imágenes impactantes, como aquella que retrata al capitán español Pedro de Alvarado, quemando con hierro caliente a indígenas previamente sometidos como esclavos. De manera igualmente impactante, se representan el derrumbamiento de los antiguos templos y la quema de valiosos códices prehispánicos a manos del fraile Juan de Zumárraga, quien se convirtió en el primer obispo de la diócesis de México.
Estos actos resultaron en la irrecuperable pérdida de una vasta cantidad de la memoria de una civilización, junto con todos sus conocimientos. Además, se aborda un evento posteriormente oscuro: la llegada de la Santa Inquisición, que institucionalizó métodos crueles de tortura, encarcelamiento y ejecución de aquellos considerados herejes o que desafiaban los dogmas religiosos y políticos que sustentaban a las autoridades virreinales.
Sin embargo, Diego Rivera no se limita a una visión unidimensional de los conquistadores, pintándolos exclusivamente como agentes destructores. También resalta elementos que narran el surgimiento de un nuevo mundo a partir de la fusión sincrética entre lo europeo y lo americano. Los complejos procesos de mestizaje, que dieron lugar a una cultura profundamente diversa, son evidentes a través de la representación de Malinche, la intérprete y esposa de Hernán Cortés, así como de su hijo Martín, quien compartía raíces tanto españolas como indígenas.
A lo largo de los años, Diego Rivera ha sido objeto de críticas por su enfoque supuestamente sesgado y maniqueísta, al idealizar a los indígenas y presentar a los españoles únicamente como figuras feroces y avariciosas. Sin embargo, en este fresco se incluyen personajes que nos instan a reconsiderar este juicio, ya que representan un lado más humanitario de los españoles. Esto se refleja en la presencia de fray Bernardino de Sahagún, quien dedicó gran parte de su vida a recopilar testimonios de la cultura indígena y comprender sus creencias para preservarlas; así como la figura de Pedro de Moya, el virrey que revocó el empleo de oidores que habían cometido numerosos abusos y estableció el primer seminario dedicado específicamente a los pobladores originarios.
Independencia de México
No obstante, es indiscutible que el relato pictórico compacto forjado por Diego Rivera en torno a la historia nacional lleva consigo una posición ideológica inequívoca. El enfoque que otorga a los héroes de la Guerra de Independencia, como el padre Hidalgo, José María Morelos (cuyo rostro se fusiona con el del propio pintor), Ignacio Allende, Mariano Matamoros, Josefa Ortiz o Leona Vicario, es claramente positivo.
Esta misma tendencia se refleja en la representación de los protagonistas de la Guerra de Reforma, que se despliega en el arco superior derecho del mural. Aquí, nuevamente se presentan marcados contrastes entre figuras como Benito Juárez, Ignacio Ramírez «el Nigromante», Melchor Ocampo e Ignacio Manuel Altamirano, en contraposición al sacerdote católico.
La corpulencia del clérigo simboliza cómo las autoridades eclesiásticas habían abandonado los principios de austeridad que predicaban y se habían entregado de manera frenética a la acumulación de riquezas. Además, se representa a un alto prelado que viste un traje suntuoso, exhibiendo ostentosamente las riquezas de la Iglesia.
Otros momentos significativos del siglo XIX ocupan un lugar destacado en la representación artística de Diego Rivera. Esto incluye la defensa de la soberanía nacional frente a invasiones extranjeras que dejaron una huella indeleble en la historia mexicana.
Uno de estos episodios icónicos es la resistencia ante la invasión de las tropas francesas, liderada valientemente por el general Ignacio Zaragoza en Puebla, y la instauración del Segundo Imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo, quien finalmente fue ejecutado junto a Tomás Mejía y Miguel Miramón en el Cerro de las Campanas. En la parte superior izquierda del mural, el águila imperial se aleja en retirada, simbolizando la derrota que selló su destino.
Además, el mural de Diego Rivera rinde homenaje a la memoria de la invasión estadounidense que comenzó en 1846 y que resultó en la cesión de más de la mitad del territorio mexicano. En esta sección, se destaca la figura de Nicolás Bravo, quien lideró la defensa del Castillo de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847, contando con la valiente participación de los jóvenes cadetes del Colegio Militar.
En el lado opuesto, en el arco izquierdo del mural, se encuentra una abigarrada multitud de figuras que narran los acontecimientos desde la instauración del régimen de Porfirio Díaz a finales de 1876 hasta el triunfo de la Revolución Mexicana en 1910, que culminó oficialmente en 1917 con la promulgación de la Constitución.
En esta sección, el retrato de Porfirio Díaz se destaca junto a otros destacados miembros de las élites económicas de su régimen, personificados por el secretario de Hacienda José Yves de Limantour. En este mismo lado, se vislumbra la presencia de los intereses económicos que respaldaron el régimen, incluyendo la actividad industrial, la minería y el sistema de haciendas, cuya explotación tuvo consecuencias dramáticas.
Frente a estos actores, se encuentran los protagonistas que dieron forma a la Revolución en sus diversas facetas. Se incluyen representaciones de la veta obrera anarquista y periodística de los hermanos Magón, el movimiento constitucionalista de Carranza, el movimiento agrarista encabezado por Emiliano Zapata y Otilio Montaño, la lucha por la democratización y en contra de la reelección de Francisco I. Madero, así como figuras como los hermanos Carmen y Aquiles Serdán. Además, se destacan aquellos que emergieron en la posrevolución, como los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, el legislador y representante obrero Luis N. Morones, y el socialista Felipe Carrillo Puerto. Asimismo, se hace mención de los nuevos protagonistas en el ámbito del arte y la cultura, como Nahui Ollin.
Esta sección de los murales de Diego Rivera también marca el período en el que surgió el muralismo, en un momento en que el país experimentaba inestabilidades. A pesar de la caída del régimen porfirista, el gobierno revolucionario tuvo que enfrentar otros desafíos, incluyendo la resistencia cristera (representada aquí por la madre Conchita y León Toral).
México de hoy y de mañana
Esta sección finaliza con el panel titulado «México de hoy y de mañana», en el cual Diego Rivera no solo expone su visión del presente cultural mexicano, sino que también establece conexiones con movimientos culturales y políticos internacionales, particularmente el comunismo. Aquí, se hace referencia directa a Karl Marx, sosteniendo un ejemplar de «El Manifiesto Comunista», y se representan diversos aspectos de la lucha de clases. Mientras que en las secciones anteriores los antagonistas de los trabajadores y campesinos eran las fuerzas tradicionales, como la Iglesia local, aquí se muestra la nueva burguesía internacional y su enfoque mercantilista. Esto se manifiesta claramente en la representación de una máquina de fabricar dinero y la presencia de los capitalistas de Wall Street. Los trabajadores también se ven obligados a enfrentar a la Iglesia y al ejército, que ahora se han aliado con la nueva clase política, así como el surgimiento de grupos de ideología fascista (representados por los Camisas Doradas) y la intolerancia ejercida en nombre del catolicismo (personificada por los Caballeros de Colón).
En contrapartida, Diego Rivera presenta las semillas de lo que él considera el futuro, incluyendo la alianza entre los trabajadores y el agrarismo, así como la contribución de las maestras y las nuevas figuras del arte, personificadas por Frida Kahlo. Esta obra monumental, uno de los logros más destacados del arte mexicano, requirió alrededor de seis años de trabajo, siendo finalizada en 1935.
En 1951, Diego Rivera regresó a Palacio Nacional para pintar una serie de paneles adicionales que complementaron su visión de las raíces históricas de México. Estos frescos, de menor extensión, exploraron la vitalidad del mundo prehispánico y su influencia en el siglo XX.
Representó el cultivo del maíz de la cultura huasteca, las festividades y ceremonias de la cultura totonaca en el Golfo de México, la orfebrería y el arte plumario de la cultura zapoteca en la región central de Oaxaca, así como la destacada labor de los pintores tarascos, que poseían conocimientos técnicos avanzados en pigmentos, resinas y tintes textiles.
Además de esta serie, Diego Rivera creó una grisalla que, a través de la arquitectura prehispánica, mostraba el alto grado de civilización alcanzado por las culturas antiguas de México. También pintó un bastidor que representaba una impresionante vista del bullicioso comercio en el tianguis de Tlatelolco, donde se pueden observar las calzadas, antiguas acequias y templos de la antigua Tenochtitlán. Por último, pintó otra obra que ilustraba la labor agrícola, la base de las civilizaciones prehispánicas, y los numerosos productos que estas civilizaciones legaron al mundo, como el maíz, el cacao, la calabaza, el tomate, el cacahuate entre otros.